jueves, 27 de septiembre de 2012

DE ZAPATOS Y DUCHAS

Los miles de zapatos de Imelda Marcos se han destruido hace unos días por la inundación de los sótanos del museo que los custodiaban. Aquella acaparadora manía nos recuerda que los poderosos suelen ser gente rara, triste y solitaria. Sufren la compulsiva necesidad de seducir. Construyen ficciones, artificiales apariencias y rígidos protocolos. Padecen la patológica ansiedad de ser amados. Debe ser terrible la sensación de estar rodeado de multitudes que ansían tocarte, escucharte, sumisos agradecidos cuando son regalados con una condescendiente mirada o el pronunciamiento del insignificante nombre de uno de sus cofrades. Últimamente las multitudes han renunciado al espejismo ilustrado de domesticarlos y amarlos, desconfiando de su capacidad para gestionar aquella vieja idea de progreso.

Al convertirse en un objeto de consumo sujeto a las leyes del mercado, se han vuelto más cotidianos que nunca. Gordos, flacos, bajos y altos. Cantantes inmisericordes o con exiguos cueros cabelludos que luchan sin éxito contra la ley de la gravedad. Con una voz aflautada desconcertante o una gravedad que penetra la materia. Con agresivas dentaduras relucientes. Cioran escribió que en el deseo de agotarse en lo inmediato se da la renuncia al infinito. Y para profiláctico agotamiento sobre tan plebeyos poderosos nada mejor que leer el libro de Jorge Elías @Turcojelias  titulado “El poder en el bolsillo”. Un retrato de poderosos devueltos a su realidad terrenal gracias a una pregunta tan inquietante como letal para su imagen laboriosamente diseñada: ¿qué lleva en el bolsillo?

 

Los objetos más vulgares esconden una fuerza irresistible para anunciar el ocaso de un poderoso. Jorge Elías nos recuerda que en la Revolución Francesa no se fabricaron zapatos para cada pie, sino que el derecho era igual al izquierdo. También cómo los manifestantes arrojaban zapatos en Washington contra muñecos que representaban al lamentable Bush hijo, emulando el agresivo gesto de Muntadar Al-Zeidi. También nos cuenta cómo en Corea del Sur persiguen a los ladrones de zapatos que se aparcan en la entrada de restaurantes, casas y funerarias. Existen otros ejemplos no menos ilustrativos. Kruschev anticipó la derrota soviética en la Guerra Fría cuando a falta de mejores argumentos se lió a zapatazos en la asamblea general de la ONU. Su nieta contó años después que sus zapatos nuevos le apretaban muchísimo y se los sacó disimuladamente mientras se acomodaba en su asiento. Tras golpear su estrado con el puño se le cayó su reloj de pulsera. Al agacharse para recuperarlo, los vio tan relucientes que no pudo resistir la tentación de usarlos como "arma dialéctica”.Un apretón de pies para la historia.

Jorge Elías también nos relata la envidia del actual presidente de Ecuador de la ducha del avión presidencial de Cristina Kirchner, el Tango 01. Las críticas a Sarkozy por la ducha que instaló y nunca usó en el Grand Palais parisino. Las estúpidas recomendaciones del dirigente sudafricano Zuma, cuando dijo que el sida se evita con una buena ducha. O Berlusconi cuando le decía a una de sus jóvenes amigas por teléfono “toma una ducha y luego espérame en la cama grande”. Manías que recuerdan a ese personaje de la última película de Woody Allen, al que tienen que instalarle una ducha en el escenario porque sólo así puede cantar ópera.
En la víspera de su derrota electoral, Imelda Marcos dijo “ganemos o perdamos nos vamos de compras después de las elecciones”. Ya no tenemos los zapatos de Imelda para denunciar la plebeya realidad del poder contemporáneo. Qué asco de tiempos, sin duchas ni zapatos, sólo tenemos a Jorge y su peligrosa pregunta, ¿qué guardan hoy los poderosos en los bolsillos? Es para orientarnos…



Autor: Algón Editores

viernes, 21 de septiembre de 2012


CRISTAL Y PAPEL

Vivimos rodeados de cristal. Las computadoras, tabletas, televisiones, teléfonos, videoconsolas, libros electrónicos, rodean nuestra existencia. El genial Cervantes, en un anticipo involuntario, señaló en El licenciado Vidriera la condición humana posmoderna. Ese cuerpo de vidrio, transparente, frío, alérgico al conflicto, vulnerable, de agudas aristas y dominado por miedos. Es inevitable no concebirnos sin el cristal, pero, como con cualquier materia, como el papel, no es más que un soporte imprescindible para los sueños, ideas, ilusiones e incluso desengaños.
Algunos fabrican combates artificiales y dañinos. Pero la cultura no puede reducirse a una simplona competición de soportes. ¿Dónde puede residir el fondo del problema? Hoy nos enfrentamos a la impaciencia de consumidores fugaces y poco propensos a la reflexión sosegada, al escaso tiempo del individuo contemporáneo, incluso a esa vulgarización de la cultura, que no democratización, que ofrece libros a bajo precio entre la salsa de tomate y la mortadela. Seguramente el futuro no se encuentre entre los saldos, catálogos sin criterio, la extraña asimetría entre ilustraciones y textos, el predominio de la cantidad sobre la calidad, gramajes ridículos, papeles rugosos con transparencias impresentables, tintas sin fuerza, portadas aburridas y erratas imperdonables. 
Tal vez nos ayuden las olvidadas fuentes tipográficas que se nos ofrecen en cualquier programa informático. Ese poder reconocer los sutiles matices que se esconden entre astas, serifas, anillos, alturas e inclinaciones. Comprender la lógica que subyace en el salto intelectual de los imperiales tipos ITÁLICOS o ROMANOS, con sus severas mayúsculas, a la oscuridad y espesura de las monásticas letras góticas. De la superación de la noche medieval expresada en el tipo veneciano o el longevo reinado del tipógrafo Garamond. De la monarquía decadente de la romain du Roi. El auge burgués con las bodoni, el incipiente poder yanqui con sus roman y new gothic, la innovadora bauhaus con su universal, las eficaces helvéticas, la mecanográfica Courier, y, ahora, la ruda simpleza cibernética de las verdanas, tahomas, arial, times new roman, y otras.

Entender esa evolución es entender el libro. Comprender su historia, su presente y su futuro. Amar el libro. Imaginen por unos segundos que dejamos de quejarnos por tanta agresión tecnológica y caída en ventas, que nos negamos a culpar a los lectores que abandonan o nunca lo fueron. Que demostramos nuestra intolerancia al torrente de palabras mal editadas, sean en el soporte que sean. Imaginen por unos instantes que somos capaces de unirnos para defender el libro. Sueñen por un instante que todavía es posible, serán mucho más felices


Autor: Algón Editores

viernes, 14 de septiembre de 2012

JUAN PALOMO


¡Hoy estrenamos blog! Y para comenzar nada mejor, a la vista de los tiempos que corren, que hablar de cosas serias con una ligera nota de humor y desenfado.

Haciendo honor al nombre del blog, quiero hablarles de las colosales dificultades a las que se enfrentan esos románticos que se empeñan en editar libros desde su condición de pequeñas empresas, casi familiares, aportando un granito de arena a la cultura, gozando y a menudo sufriendo con todo el proceso de editar y vender un libro. A este respecto, es más que recomendable intentar, por todos los medios disponibles, como reza el nombre de este blog, no morir en el intento. Sepa usted que existen mejores métodos, más rápidos, letales y eficaces, para terminar con la salud y el patrimonio, aunque éste pueda ser sin duda uno de ellos. Corren tiempos que para conseguir un humilde empleo se requieren carreras, masters, experiencias múltiples y cartas de recomendación, pero sepa que para ser editor independiente sólo se exige ser un romántico incurable, disponer de algo de dinero (más que aconsejable), amar los libros por encima de todas las cosas, y, sobre todo, ser capaz de ser gerente, vendedor, mensajero, secretario, financiero, diseñador, informático, abogado, contable, lector, corrector, gestor de marrones y mil oficios más, por un escuálido y a menudo inexistente salario.

La semana pasada, una buena amiga, Laura, escribió que le embargaba la emoción cuando llamaban por teléfono a su editorial preguntando por el departamento de publicidad y ella respondía “sí, soy yo”. En otras ocasiones es bastante socorrido decir “un momento, que le paso”, para acabar respondiendo la misma persona. Y así con cada departamento por el que preguntan. Es perfectamente contrastable que la inmensa mayoría de las pequeñas editoriales tienen tantos departamentos internos que no tiene ningún sentido recurrir a una centralita que informe, con su voz ahogada y algo extraña, “para hablar con publicidad pulse 1, con diseño pulse 2, con dirección editorial pulse 3, si ya es viernes por la tarde pulse 100 y su llamada será automáticamente redireccionada al departamento de  psiquiatría”. Un complejo y sofisticado conglomerado de departamentos denominado genéricamente “Juan Palomo”, o lo que viene a ser “no pulse nada, no pierda el tiempo, sí, soy yo, la misma que estaba buscando”.

Vivimos tiempos en los que los héroes han desaparecido de nuestra vida cotidiana. Pero entre tanto ciudadano asfixiado por su economía doméstica, cuando ésta puede calificarse como tal, entre tantos malos ratos, subidas de impuestos, bajadas de salarios, pago de medicinas, gasolinas y kilowatios horas, existen unos anónimos héroes cotidianos que además de las dificultades descritas, le suman leer manuscritos, corregir, maquetar, discutir con el diseñador de portadas, calmar los nervios y ansiedad del autor, controlar la impresión y la recepción en la distribuidora, pagar a un montón de gente con la vana esperanza de recuperar algo de dinero meses después, seducir libreros, redactar notas de prensa, planificar presentaciones, vigilar ventas, gestionar  los…….100 departamentos en las escasas 24 horas que devoran cada día.

Esos individuos merecerían ser considerados como seres investidos de la gracia de la inocencia, la consideración pública y el reconocimiento de los acreedores, porque encima de todos esos esfuerzos y demás demostraciones de versatilidad profesional, además publican ¡¡buenos libros!!.

Ya lo saben, el objetivo es ser editor y no morir en el intento, o, dicho de otra manera, como decía mi abuela con su infinita sabiduría: para ser buen editor no lo dude más, no busque ni investigue más, aparque el google o el twitter, no incordie a su distribuidor más de lo imprescindible, no haga cursos ni masters, simplemente ponga ilusión, ahorros, paciencia, y, por encima de todas las cosas, resignación para encarnar ese entrañable personaje de nuestra memoria colectiva, haga como “Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como”



Autor: Algón Editores