jueves, 28 de noviembre de 2013

DIJERON QUE NO PODÍAS VOLAR

Es fascinante releer las páginas amarillentas de un libro publicado en 1967 y comprobar que, en su primera página, en unas pocas líneas previas a la introducción, se establecieron unas pautas culturales que han condicionado las obras de ficción que hayan tratado en el pasado, o pretendan hablar en el presente, del futuro. Isaac Asimov, en su libro “I, Robot”, fijó las tres leyes de la robótica, las raíces constitucionales de toda sociedad cibernética. El autor data esa legislación en el año 2058, aunque la ubica en la edición número 56 del Manual de Robótica. Asimov, por tanto, imaginó en 1967 esas leyes promulgadas en el año 2002, hace ya unos once años…

A pesar de haber dominado la imaginación y las expectativas de generaciones, esas normas nunca han sido aprobadas por gobiernos, permitiendo así que drones, sofisticados algoritmos, el oscuro poder del big data, los increíbles procesadores informáticos repletos de parámetros biométricos y conductuales, o el colosal aprovechamiento clandestino de millones de datos personales, puedan suponer el incumplimiento de la primera de aquellas leyes, la que establecía que “un robot no puede herir a un ser humano, o, por su inacción, permitir que un ser humano sufra daño”…Al parecer, mientras vivíamos engañados por una infantil expectativa de robots antropomórficos, una batalla silenciosa se estaba librando en todos los hogares, lugares de trabajo y espacios de ocio.

Una guerra invisible para la que esta humilde editorial quiere contribuir con su austero arsenal, concretamente, con un libro muy especial. Una obra diferente, única, a prueba contra esos robots incapaces de procesarla en los próximos mil años. En el libro Piensaciertos, de Guillem López, se realizan afirmaciones que harían estallar los circuitos del artilugio más sofisticado. Con frases como “hay que aprender a vivir despacio lo más rápido posible”, “amar es planear la locura” o “la soledad duele cuando estás acompañado”, unidas a ilustraciones que juegan con nuestra educación más sentimental, convierten a esta obra en un manual elegante, culto, bello, de supervivencia y casi de auténtica guerrilla cultural.


También con su diseño de cubierta que es una provocación, con un lomo desnudo que enseña los nervios que cosen su esqueleto, como un anticipo de su extraordinario contenido. Una realidad virtual radicalmente humana, que sirve de advertencia cuando explica que “el tiempo pasado fue futuro” y que “todo final es un principio con problemas de autoestima”. Un libro en papel que representa una brecha en el muro del turbador ciberespacio cotidiano, un foco de resistencia, once años después del 2002, que nos revela, ahora, que “todo comenzó el día en que te dijeron que no podías volar”…


Autor: Algón Editores


jueves, 14 de noviembre de 2013

DEL CUBALIBRE AL TÉ, UN VIAJE POSMODERNO

Tengo treinta y ocho años y es posible que no sea nadie. No he hecho nada trascendente, no soy popular, carezco de grandes oportunidades y mi sueldo no llega a los mil euros mensuales. Pero no siento que haya fracasado. Quiero decir que, con mi edad y con mi sueldo, vivir en el centro de Madrid, más que un fracaso, me parece una proeza”. Uno de nuestros escritores preferidos, el inefable Rafael Sarmentero, pone esta descripción autobiográfica en boca de uno de los protagonistas de su última novela, Malasaña Chai Tea, que también afirma ceremonioso que “no importa lo que hayas conseguido en la vida: tarde o temprano aparece la persona que juzga tu conquista como un fracaso”.

Los Estados Unidos de América fabricaron para solaz de la humanidad a Tony Manero, aquel joven neoyorquino que consumía sus días laborables como dependiente de una tienda de pinturas, pero que al llegar el fin de semana se convertía en el amo de la discoteca Odisea 2001, donde brincaba frenético con cuellos de camisa y perneras de pantalón tan imposibles como inverosímiles, mientras su cabello permanecía incólume gracias a dosis masivas de fijador de pelo. Una cenicienta masculina para los años 70, que sólo era importante cuando reinaba en la discoteca, mientras su hermano cura dejaba de serlo, su compañera de baile lo rechazaba como amante, pandillas callejeras aún recurrían a las navajas para sus disputas y el éxito social se consumaba en unos segundos de gloria efímera debajo de una bola de espejitos colgada de un techo invisible. Gracias a Sarmentero, España ya cuenta por fin con su propio Tony. La escopeta nacional da paso, por fin, al mileurista de barrio urbano como símbolo posmoderno de la España actual. Un héroe armado con una bolsa de té, que afirma solemne que “la sociedad quiere que juegues con sus reglas. Pero tú te resistes. Entonces encuentras la solución: hacer trampas”. Un engaño tan simple y a la vez tan antisistema como un desdoblamiento de personalidad. Algo tan inquietante y poco distinguido como vivir dos vidas paralelas mientras se paga a la hacienda pública por una sola y exigua renta salarial. Una forma de rebeldía frente a la clásica teatralidad social del fin de semana, una disidencia contra la hipnosis idiotizante de series de televisión ahítas de enigmas y ríos de sangre virtual. Una némesis social que cambia el baile discotequero por una ansiosa conservación de lo que se consigue gracias a un trabajo de mierda, enterrando así las viejas proezas de seducción y apareamiento de los sábados por la noche, inventados para olvidar la insoportable levedad del ser, de lunes a viernes.


George Steiner, en su libro En el castillo de Barba Azul, habla de una especie de gas de los pantanos, un aburrimiento, un tedio, una densa vacuidad, en los extremos nerviosos cruciales de la vida social e intelectual. También escribió que medimos nuestro actual frío teniendo en cuenta nuestros recuerdos de aquel gran verano. Como aquel ya olvidado, en el que los políticos y filósofos hablaban de un futuro mejor por venir, mucho antes de que eso fuera un privilegio exclusivo de propietarios de empresas de cacharrería informática. Hoy, gracias al libro de Sarmentero, sabemos que “58.000 palabras, 296 tés, un alquimista charlatán, una exnovia neurótica (¿o era bulímica?), un golfista vestido de luto, un antiguo (y estúpido) compañero del club de tenis y, por supuesto, un detective que no es detective en el barrio más singular de Madrid: Malasaña”, permiten destripar un presente lleno de trampas que aún está por explorar y en el que la vida debiera ser algo más que un salario basura que no alcanza ni para un pisito de barrio. Una realidad que sigue obligando a inventarse fiebres posmodernas de sábado noche siete días a la semana para sobrevivir. Porque, como él mismo escribe, en la vida sucede así con todo: lo importante es la historia. No lo que ocurre, sino lo que cuentas, porque desde los tiempos más remotos, el que manda es el que cuenta la historia. Y mentir y decir la verdad son equivalentes, siempre y cuando sepas mentir bien.



Algón Editores