Uno de los aspectos más
extraños de este siglo es la inexplicable y radical asimetría que enfrenta el conocimiento
alcanzado con el poder y sus instituciones. El admirable salto intelectual de
la ciencia y el arte en el siglo XX, que desde bien temprano cuestionaron los
paradigmas del pasado ofreciendo una nueva visión de la realidad, con teorías
como la relatividad o el cubismo, no fue acompañado de una visión más avanzada
e inteligente del poder. La sanguinaria locura del nazismo o el estalinismo encogieron
las ganas de los experimentos, empujando hacia una expectativa distópica con
más presencia que cualquier tentativa moral. Una cartografía del poder dominada
por un plano unidimensional, limitado, artificioso, sin ángulos ni aristas, que
abusa de los colores postizos y los gruesos trazos diseminados sobre esos mapas
políticos que desde hace tiempo tienen más importancia que los humanos y los
físicos.
Cómo evitar esta sensación
al leer, en la edición de ayer del Financial Times, en una crónica sobre el
debate del salario mínimo en Alemania, tanta vesania interesada contra una
regulación legal que defiende, en una de las naciones más ricas del planeta,
fijar los ingresos básicos que debería recibir un ciudadano por su trabajo, en
una controversia que pretende oponer el cálculo de rentabilidad de una minoría
frente al bienestar y dignidad de millones de personas. O leer en el último
número de la revista Foreign Affairs, el consenso existente entre los expertos en estrategia de seguridad
nacional, norteamericana, que alertan del riesgo derivado de la fragilidad de
las estructuras de los Estados de otras naciones.O en otro artículo de esta misma
revista, sobre la tendencia imparable de los Estados Unidos a un sistema
inspirado en la socialdemocracia europea, gracias al Obamacare que está
impulsando políticas públicas y la renuncia a viejas ideas pro-mercado, en una
nación con una desigualdad y disparidad de rentas que han alcanzado límites
inmorales. Un inesperado transformismo de Alemania y Estados Unidos, rematada
en esa frase del citado artículo que sostiene que “el Obamacare es desde muchos puntos de vista el avatar, el arquetipo,
del liberalismo moderno”.
Hace unos días, una
productora de cine chilena publicó un anuncio en el que pedía voluntarios para
actuar de extras en la filmación de la película “Los 33”, basada en la trágica
historia de los mineros atrapados en una perdida mina en el desierto de Atacama.
Este informaba que “no se necesita
inscripción, solo deben llegar el día indicado, tampoco se necesita experiencia
previa, solo las ganas de participar y el compromiso con la película ya que se
recreará uno de los sucesos más
importantes de nuestra historia y que representa
el espíritu de la zona…”. Sin duda, una epifanía sustitutiva
de la realidad, que reduce la miseria a un falaz espectáculo de héroes de
cartón piedra, para nutriente de autoestima y consuelo de las masas de pasivos
espectadores en la negrura de una sala de cine.
Tres buenos ejemplos del
extraordinario alcance de la teoría política de este siglo XXI. Salario mínimo,
salud básica, mistificación de la realidad. Argumentos y controversias
desplegados en un perfecto ambiente de penumbra, expuestos en un plano
unidimensional, representados con imágenes que aspiran a imitar la realidad, e iluminados
por un único haz de luz. Es la victoria del viejo juego del poder sobre el arte
y la ciencia, sobre el avance del conocimiento o las lecciones de la historia.
Es la vigencia del mito de la caverna. Es la trágica verdad que encierra
aquella frase que escribió Bertolt Brecht, “no escapa del pasado el que lo olvida”.
Autor: Algón Editores
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