jueves, 16 de enero de 2014

IRRITACIÓN Y SENSIBILIDAD

Uno de los aspectos más extraños de este siglo es la inexplicable y radical asimetría que enfrenta el conocimiento alcanzado con el poder y sus instituciones. El admirable salto intelectual de la ciencia y el arte en el siglo XX, que desde bien temprano cuestionaron los paradigmas del pasado ofreciendo una nueva visión de la realidad, con teorías como la relatividad o el cubismo, no fue acompañado de una visión más avanzada e inteligente del poder. La sanguinaria locura del nazismo o el estalinismo encogieron las ganas de los experimentos, empujando hacia una expectativa distópica con más presencia que cualquier tentativa moral. Una cartografía del poder dominada por un plano unidimensional, limitado, artificioso, sin ángulos ni aristas, que abusa de los colores postizos y los gruesos trazos diseminados sobre esos mapas políticos que desde hace tiempo tienen más importancia que los humanos y los físicos.

Cómo evitar esta sensación al leer, en la edición de ayer del Financial Times, en una crónica sobre el debate del salario mínimo en Alemania, tanta vesania interesada contra una regulación legal que defiende, en una de las naciones más ricas del planeta, fijar los ingresos básicos que debería recibir un ciudadano por su trabajo, en una controversia que pretende oponer el cálculo de rentabilidad de una minoría frente al bienestar y dignidad de millones de personas. O leer en el último número de la revista Foreign Affairs, el consenso existente entre  los expertos en estrategia de seguridad nacional, norteamericana, que alertan del riesgo derivado de la fragilidad de las estructuras de los Estados de otras naciones.O en otro artículo de esta misma revista, sobre la tendencia imparable de los Estados Unidos a un sistema inspirado en la socialdemocracia europea, gracias al Obamacare que está impulsando políticas públicas y la renuncia a viejas ideas pro-mercado, en una nación con una desigualdad y disparidad de rentas que han alcanzado límites inmorales. Un inesperado transformismo de Alemania y Estados Unidos, rematada en esa frase del citado artículo que sostiene que “el Obamacare es desde muchos puntos de vista el avatar, el arquetipo, del liberalismo moderno”.

Hace unos días, una productora de cine chilena publicó un anuncio en el que pedía voluntarios para actuar de extras en la filmación de la película “Los 33”, basada en la trágica historia de los mineros atrapados en una perdida mina en el desierto de Atacama. Este informaba que “no se necesita inscripción, solo deben llegar el día indicado, tampoco se necesita experiencia previa, solo las ganas de participar y el compromiso con la película ya que se recreará uno de los sucesos más importantes de nuestra historia y que representa el espíritu de la zona…”. Sin duda, una epifanía sustitutiva de la realidad, que reduce la miseria a un falaz espectáculo de héroes de cartón piedra, para nutriente de autoestima y consuelo de las masas de pasivos espectadores en la negrura de una sala de cine.


Tres buenos ejemplos del extraordinario alcance de la teoría política de este siglo XXI. Salario mínimo, salud básica, mistificación de la realidad. Argumentos y controversias desplegados en un perfecto ambiente de penumbra, expuestos en un plano unidimensional, representados con imágenes que aspiran a imitar la realidad, e iluminados por un único haz de luz. Es la victoria del viejo juego del poder sobre el arte y la ciencia, sobre el avance del conocimiento o las lecciones de la historia. Es la vigencia del mito de la caverna. Es la trágica verdad que encierra aquella frase que escribió Bertolt Brecht, no escapa del pasado el que lo olvida”. 

Autor: Algón Editores

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