jueves, 29 de enero de 2015

UNA TIRITA SOBRE EL ALMA

Sostiene Daniel Ter, en sus Memorias de un asesino a sueldo, que “Edison era un capullo”. Y sigue escribiendo, “¿por qué estoy hablando de este tío? La bombilla. Por lo visto hizo más de mil pruebas hasta dar con un material adecuado para usar como filamento. Y solía decir que más que descubrir uno que funcionase, encontró novecientos noventa y nueve que no lo hacían. Lo que me lleva a pensar que las cosas malas suceden más a menudo que las buenas. Y que solo el optimismo genético nos impide verlo. Optimistas por naturaleza. Está asociado a la supervivencia de la especie. Si no, nos hubiéramos extinguido hace tiempo.” 

Este desconcertante asesino profesional se pregunta, además, si los individuos son malos o buenos por naturaleza, por algún designio divino, o, por el contrario, no es más que un humano acto de orgullo creer que eso depende de uno. Un asunto que viene de antiguo, porque ya San Pablo dejó dicho “oh, hombre! Pero ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios? Acaso la pieza de barro dirá a quien la modeló ¿Por qué me hiciste así?”. El filósofo Byung-Chul Han se pregunta, (la guinda del pastel), “¿queremos ser realmente libres? ¿Acaso no hemos inventado a Dios para no tener que ser libres? Frente a Dios todos somos culpables”. Un formidable enredo, porque si es voluntad divina para qué contradecirle, y si no lo es, como dice nuestro asesino de cabecera, “¿dónde está el puto libro de instrucciones?”.

Pues está la cosa animada esta semana. Y para remate del tomate, Han afirma que “vivimos una fase histórica especial en la que la libertad misma da lugar a coacciones. El deber tiene un límite. El poder hacer, por el contrario, no tiene ninguno”. Ahora consigo explicarme esta tormenta perfecta de la penosa sociedad del siglo XXI. Tanto pensar en la remota infancia que esta nueva era vendría animada por platillos volantes, pollo asado en píldoras y marcianos invasores, para ahora, unas décadas después, intuir que no somos más que unos miserables esclavos de la vanidad humana, porque al parecer se puede hacer todo y de todo, menos lo que se debe.

Confirma esa tesis Daniel Ter, cuando afirma que “las revistas de tíos hacen que piense que el mundo me debe algo: hay quien acata las reglas y quien pasa de ellas, hay quien espera a que se lo cuenten y quien prefiere probarlo él mismo.” Pero nuestro asesino concluye, “no pillo la tuerca. ¿De qué va en el fondo todo esto? ¿Afirmación personal? ¿Qué eres un ser superior? ¿Qué estás en la punta de su pirámide alimenticia y que diez mil años de teoría darwinista corren por tus venas? ¿Es algo de eso? ¿O es simplemente que eres bobo?” Su respuesta es lapidaria e inquietante, “es inútil poner una tirita sobre un alma enferma”. Hacer, cambiar, gozar, emprender, corregir, aprender, amar, luchar, comprender, bellos y difíciles verbos. Pero ya saben, el principio fue el verbo. Por si acaso, y mientras se aclaran, no “hagan” un Edison y aprendan el consejo que nos da nuestro asesino, “nunca comas donde los menús tengan fotos de la comida y nunca te quedes en una fiesta el tiempo necesario para que te pidan que ayudes a recoger”. Es que nunca escarmentamos.

Autor: Algón Editores

jueves, 22 de enero de 2015

COPIAR, TRANSFORMAR Y COMBINAR

Descontados los ardores de salón de aquellos empeños radicales que pretendían en el pasado cambiar el mundo, ni siquiera los ánimos alcanzan ahora, en el mundo cultural patrio, para abrazar la filosofía que emana de fenómenos como la economía colaborativa, la democratización del acceso en contraposición a la posesión, o la generación de pequeños ecosistemas en los que compensar los problemas de una sociedad de coste marginal cero. Esos nuevos procesos que apuntan a cambios profundos, pero que encuentran un sospechoso silencio en nuestro reino cultural habitado por viejos y desconfiados hidalgos, bastante hambrientos y algo envidiosos, pero siempre dignos.  

Nosotros queremos romper una lanza por esos tiempos que vienen, somos así de atrevidos. Hoy escribimos sobre libros de la llamada “competencia”, (qué cosa más ridícula, como si eso existiese en esta época de aridez cultural). Queremos citar obras que nos gustan, pero que no salen en los rankings habituales. Como la monumental “El Muro de hierro”, de editorial Almed, el mejor libro publicado sobre el conflicto palestino israelí. La pedagógica lucidez de “El grafiti de firma”, publicado por Minobitia, que nos ayuda a entender los nuevos lenguajes tan distantes de las editoriales convencionales. Cómo olvidar el impacto que nos causó “Historias inverosímiles, en general”, de Alasdair Gray, de Rayo Verde. Esa inquietante mirada a nuestras raíces más oscuras, en el ebook “El caso de la mano perdida”, de Sinerrata. También libros de más allá de nuestras fronteras administrativas, como “Verde que me muero”, de FB Libros. Esas obras que nosotros no hemos publicado, pero que por fortuna si lo han hecho los que compiten con nosotros por el pequeño hueco en el expositor del librero. También queremos hablar de un libro que hemos adoptado. (¡Hemos inventado la adopción de libros! ¡Y usted también puede!, anímese y apadrine libros que le gustan para que los lean la gente que quieren). Hablamos de “El fémur de Eva”, de Fani Grande, de #CientoCuarenta. Cómo no caer rendidos ante las pequeñas joyas contenidas en el libro, como ¿Por qué mueren los polumbis?, o Elogio del monosílabo, Planeta clítoris, Macondo sin sol o Vivir en San Olaf. Compren el libro, aquí no somos capaces de expresar en tan pocas líneas la violenta lucidez de ese monumento cívico a la inteligencia.

Los norteamericanos más listos dicen que vivimos una era cultural del “remix”, ese concepto acuñado en el mundo de la música que explica el proceso creativo como una “remezcla”, ese canon interactivo consistente en “copiar, transformar y combinar”. Nosotros, para que no digan que no estamos a la última, hemos intentado hacerlo hoy con algunas ideas ajenas, como siempre con una enorme hambre de nuevos aires, y con el recurso a eso que Fani llama un "escrache literario", ese que "únicamente se recomienda hacer con libros que se hayan disfrutado terriblemente”, como estos pocos libros de otras editorialesSeguramente no somos más que unos cándidos transgresores dopados con romanticismo, como nuestra admirada Fani cuando afirma que “a las cuevas del alma se llega mejor con una caricia que con una crítica”. 

Autor: Algón Editores

jueves, 15 de enero de 2015

LABERINTO DE ESPEJOS

Mientras los grandes veleros se alejaban de la costa cuando la mañana balbuceaba temprano, en el muelle se repartían los carruajes solitarios enganchados a caballos que resoplaban impacientes. Sobre sus adoquines bañados por la lluvia reposaban inmóviles y huérfanos los baúles, muebles, libros y cuadros abandonados por sus dueños. Sobre la cubierta de los navíos que enfilaban hacia el horizonte se agitaban inquietos los rostros desencajados, los llantos contenidos, las miradas ausentes y las carreras inocentes de los niños. Sus ilustres pasajeros, dominados por el pánico en su desordenado aluvión humano hasta alcanzar el refugio flotante, viajaban sólo con la ropa puesta, muy lujosa, adornada con encajes, brocados con oro, sedas, volátiles gasas y voluminosas joyas. Tras siete semanas de travesía vestían miserables andrajos. Al llegar a su destino no eran más que una aparición fantasmagórica, una colmena macilenta de cráneos rapados por las plagas de diminutos agresores, habitada por enfermos, hambrientos y seres silenciosos de ojos sombríos. Aquel viaje fue la huida masiva de todo un régimen. Cuando las tropas napoleónicas cercaban Lisboa en 1807, la familia real portuguesa, embarcada junto con otros 10.000 pasajeros en una precaria flota, entre los que había ministros, burócratas, clérigos, criadas, cocineros, aristócratas, doncellas, mayordomos, la mayoría con sus familias, huyó de la furia del pequeño corso, trasladando la Corte y el gobierno nacional de Lisboa a Río de Janeiro.

Durante 13 años aquella monarquía, devenida tropical, se enfrentó a la cruda existencia de sus propios fantasmas coloniales, ahíta de esclavos y terratenientes, en un inmenso paraíso atiborrado de jugosas frutas y provechosos minerales. Cercanos pero indiferentes a su nueva realidad, las intrigas palaciegas se multiplicaban en una Corte seducida por la exuberancia local y la pereza del retorno. A pesar de la lección del obligado exilio y la fatalidad de sus pérdidas en el lejano muelle de su patria, el poder, con sus venales instrumentos humanos, seguía inmutable gracias a la réplica artificial de su tradición palaciega.

Aquella corte que orillaba el exilio a miles de kilómetros, pero que reproducía inalterable sus peores costumbres, enseña lo difícil que le resulta al poder aprender de lo inmediato y lo fácil que le supone adaptarse a cualquier medio y circunstancia por adversos que sean. Al recordar aquel antiguo éxodo institucional, y ahora que la contienda electoral se aproxima y las cuchillas se afilan, se puede aprender que da igual que el poder y su ecosistema estén cercanos o alejados de la vida real, porque algunas de sus peores leyes parecen inmutables. Los hábitos dominan a las razones, los contrastes vencen a las iniciativas, las pasiones al conocimiento, la herencia a la capacidad, la afinidad a la propuesta, la ubicación a las ideas, en un laberinto de espejos, donde la realidad se esconde donde nunca se encuentra, mientras su huidiza apariencia se multiplica miles de veces hasta confundir. En su libro Democracia Hacker, César Ramos escribe que tarde o temprano las crisis pasan, y los políticos dejan de ser considerados como uno de los principales problemas de los ciudadanos. Pero ahora, a punto de comenzar el espectáculo democrático de la oferta y la demanda, resultaría insoportable un juego del gato y el ratón entre política y realidad. Se necesitan con urgencia más ideas, imaginación e ilusión, y sobran empujones e inercias, sobre todo porque este país no tiene a su alcance remotos ultramares donde refugiarse, mientras los que vienen del norte consolidan su conquista. 

Autor: Algón Editores

jueves, 8 de enero de 2015

TAMBIÉN SOMOS CHARLIE

Somos una editorial independiente, unos humildes defensores de la libertad frente a la violencia que pretende el silencio impuesto y sin razones. Defendemos el poder de la palabra frente al fuego que escupen las armas. Por eso, horrorizados por el cruel atentado en París, reivindicamos con más fuerza que nunca, frente a los fanáticos, el derecho irrenunciable a la libertad de expresión. Los terroristas han fallado estrepitosamente el objetivo, de nuevo, porque su infame acto reafirma el anhelo permanente de libertad y dignidad. No serán los exaltados integristas quienes conduzcan el mundo hacia el futuro, por mucha sangre que quieran derramar. No callarán las ideas aunque ejecuten a las personas.

Y además tuvo que ser precisamente sobre suelo parisino donde cometieron su bárbaro atentado, sobre los mismos adoquines que algún día pisaron Voltaire, Zola, Baudelaire, Camus o Cortázar.  Esos salvajes no entienden nada. No comprenden que no se puede envolver la ciudad de la luz con el manto tenebroso de la violencia y el odio. Ignoran que el pasado, el presente y el futuro no les pertenecen y nunca les pertenecerá, porque la cultura, la democracia, la ciudadanía, la tolerancia, la ternura y algo tan humano como la indulgencia ante otro ser humano, no se pueden destruir con muertes inútiles. La partida la tienen perdida de antemano por muchas atrocidades que quieran cometer.

Un atentado que ha ocurrido a principios de 2015, precisamente a pocos días del aniversario de un hito histórico fundamental en los derechos humanos. El próximo 31 de enero se van a cumplir 150 años de la votación de la Decimotercera Enmienda de la Constitución norteamericana que abolió la esclavitud. Una victoria de la decencia moral frente a los extremistas, que además tuvo el formidable mérito de acordarse en medio de una guerra civil sangrienta. Una de las gestas más brillantes de la historia del ser humano, obra de un parlamento emanado de una revolución que venció a las trabas de aquellos fanáticos que asustaban con el caos para evitar lo inevitable, el final de algo tan inaceptable e inmoral como la esclavitud. Los mismos exaltados que advertían de los riesgos del derecho al voto para los antiguos esclavos o para la mujer. Los mismos que asesinaron a Lincoln, pero que no pudieron evitar el final de la opresión legal del hombre por el hombre con la excusa del color de la piel. Los mismos que sustituyen la palabra por las armas cuando saben que nunca alcanzarán la victoria y sólo les queda el daño, la agresión, el asesinato. Un pasado y un presente que se entrelazan para recordarnos y devolvernos la certeza del progreso de la humanidad, que no puede amordazarse con el recurso a la violencia, a las armas, a la amenaza, al chantaje. Esos viejos e inútiles hábitos de quien tiene miedo, de quien vive preso del temor al presente y al futuro, de quien se siente débil ante un buen argumento o un simple razonamiento, de quien tiene pánico al diálogo pacífico y a la crítica, de quien se siente asustado por un libro o una revista, de quien se sabe acorralado porque conoce la fatalidad de su derrota.


La violencia siempre vive rodeada de gritos, dolor, tragedia y estupidez, mientras que la fiesta de la humanidad sobrevive a través de los siglos, a menudo con la sangre derramada de sus héroes, superando y venciendo a los intransigentes. Por eso hoy tenemos que recordar y proclamar que la violencia no puede vencer las legítimas aspiraciones de libertad del ser humano. Por eso hoy, desde la humildad y el respeto, esta pequeña editorial quiere ser parte del clamor enardecido que recorre las calles de París y de medio mundo. Con orgullo y pesar, con el corazón encogido, con la firmeza de nuestra convicciones, con el recuerdo de las víctimas, también nosotros 

Je suis Charlie. Nous sommes Charlie.

Autor: Algón Editores