Somos una editorial
independiente, unos humildes defensores de la libertad frente a la violencia que
pretende el silencio impuesto y sin razones. Defendemos el poder de la palabra
frente al fuego que escupen las armas. Por eso, horrorizados por el cruel
atentado en París, reivindicamos con más fuerza que nunca, frente a los
fanáticos, el derecho irrenunciable a la libertad de expresión. Los terroristas
han fallado estrepitosamente el objetivo, de nuevo, porque su infame acto
reafirma el anhelo permanente de libertad y dignidad. No serán los exaltados integristas quienes
conduzcan el mundo hacia el futuro, por mucha sangre que quieran derramar. No
callarán las ideas aunque ejecuten a las personas.
Y además tuvo que ser
precisamente sobre suelo parisino donde cometieron su bárbaro atentado,
sobre los mismos adoquines que algún día pisaron Voltaire, Zola, Baudelaire, Camus o Cortázar. Esos salvajes no
entienden nada. No comprenden que no se puede envolver la ciudad de la luz con
el manto tenebroso de la violencia y el odio. Ignoran que el pasado, el
presente y el futuro no les pertenecen y nunca les pertenecerá, porque la
cultura, la democracia, la ciudadanía, la tolerancia, la ternura y algo tan humano como la indulgencia ante otro ser humano, no se pueden destruir con
muertes inútiles. La partida la tienen perdida de antemano por muchas atrocidades que quieran cometer.
Un atentado que ha ocurrido a principios
de 2015, precisamente a pocos días del aniversario de un hito histórico fundamental en los
derechos humanos. El próximo 31 de enero se van a cumplir 150 años de la
votación de la Decimotercera Enmienda de la Constitución norteamericana que abolió
la esclavitud. Una victoria de la decencia moral frente a los extremistas, que además
tuvo el formidable mérito de acordarse en medio de una guerra civil sangrienta.
Una de las gestas más brillantes de la historia del ser humano, obra de un
parlamento emanado de una revolución que venció a las trabas de aquellos fanáticos
que asustaban con el caos para evitar lo inevitable, el final de algo tan
inaceptable e inmoral como la esclavitud. Los mismos exaltados que advertían de los
riesgos del derecho al voto para los antiguos esclavos o para la mujer. Los
mismos que asesinaron a Lincoln, pero que no pudieron evitar el final de la
opresión legal del hombre por el hombre con la excusa del color de la piel. Los
mismos que sustituyen la palabra por las armas cuando saben que nunca
alcanzarán la victoria y sólo les queda el daño, la agresión, el asesinato. Un pasado y un presente que se entrelazan para recordarnos y devolvernos la certeza del progreso de la humanidad, que no
puede amordazarse con el recurso a la
violencia, a las armas, a la amenaza, al chantaje. Esos viejos e inútiles hábitos de quien
tiene miedo, de quien vive preso del temor al presente y al futuro, de quien se
siente débil ante un buen argumento o un simple razonamiento, de quien tiene
pánico al diálogo pacífico y a la crítica, de quien se siente asustado por un libro o una revista, de quien se sabe acorralado porque conoce la fatalidad de su derrota.
La violencia siempre vive
rodeada de gritos, dolor, tragedia y estupidez, mientras que la fiesta de la
humanidad sobrevive a través de los siglos, a menudo con la sangre derramada de
sus héroes, superando y venciendo a los intransigentes. Por eso hoy tenemos que
recordar y proclamar que la violencia no puede vencer las legítimas aspiraciones
de libertad del ser humano. Por eso hoy, desde la humildad y el respeto, esta pequeña
editorial quiere ser parte del clamor enardecido que recorre las calles
de París y de medio mundo. Con orgullo y pesar, con el corazón encogido, con la firmeza de nuestra convicciones, con el recuerdo de las víctimas, también nosotros
Je suis
Charlie. Nous sommes Charlie.
Autor: Algón Editores
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