jueves, 11 de octubre de 2012

BUSCANDO A WANDA


El filósofo Sloterdijk escribió que “si se ha abierto el suelo bajo nuestros pies es porque estamos obligados a elegir entre catorce tipos de salsa diferentes para sazonar la ensalada”. Es tal el aluvión al que nos someten de información, datos, comentarios, rumores, opiniones, prejuicios, supersticiones y exabruptos, que la verdad de los hechos parece ser un asunto cada vez más huidizo. Ya lo dijo Einstein, como nos recuerda Fred Jerome en su libro Einstein-Israel. Una mirada inconformista, “antiguamente, la gente creía que todas las cosas materiales desaparecían del universo, sólo quedaría tiempo y espacio. Pero según la teoría de la relatividad, el tiempo y el espacio desaparecen junto con todas las cosas”. Las salsas de las ensaladas, gracias a su condición relativa, diversidad y fecha de caducidad, vienen a terminar con más de 2.000 años de desvaríos filosóficos. Por fin podemos admitir sin sonrojo que aquella división que proponía el famoso poema de Parménides, entre la verdad única, revelada, inmóvil y perfecta, y las vulgares opiniones de los mortales, es una broma de mal gusto.

Chrystia Freeland, en el último número del New Yorker, se pregunta por qué los multimillonarios se sienten víctimas de Obama y cita a presidentes de poderosos hedge funds, emporios empresariales y banqueros de inversión, que ven a Obama como la encarnación de Lucifer. Significativamente, nadie se ha referido en las últimas semanas al reñido pulso de Romney contra Obama y la polémica sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos de hace un par de años, que “liberalizaba” las donaciones empresariales a las campañas electorales. Por este tipo de preguntas y silencios, echamos de menos a personajes como la periodista Wanda Jablonski, la apodada “reina del club del petróleo”, que supo contar los inconfesables secretos de ese mundo dominado por poderosos dueños de pozos petrolíferos, jets, limusinas, escoltas y mullidas moquetas. O la mítica Ida Tarbell, una humilde maestra aficionada al periodismo local, que consiguió gracias a sus investigaciones que la colosal Standard Oil de Rockefeller se desmembrara y se aprobaran las leyes antimonopolio que aún hoy rigen en el mundo civilizado.

Hablando de la verdad escondida en las ensaladas y sus aliños, es evidente que la teoría de la relatividad tiene una aplicabilidad directa en la política y la economía. Para aquellos que no se benefician de las habituales verdades absolutas, desaparecen el espacio y el tiempo junto con haciendas y expectativas. Echamos de menos a Wanda o a Ida, porque como Sloterdijk escribió “incluso las estupideces más evidentes son repetidas de manera constante por la gente más inteligente”. Decida pronto qué quiere de menú, porque como dijo el viejo Einstein “el hecho de que uno no tenga influencia real sobre el curso de la historia no le libera a uno de la responsabilidad moral”. Voy a ver que me queda en la despensa.

Autor: Algón Editores

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