jueves, 14 de febrero de 2013

BURBUJAS, DISCURSOS Y EXEQUIAS


María José Sánchez ha escrito en su novela El amor y sus tumbas que “nadie es ajeno al dolor, la risa, la pena, el hambre, la desgracia, el miedo, la alegría, la miseria…, la humanidad tiende a ser repetitiva”. A pesar de algunos historiadores que se empeñan en describirnos el paso del tiempo como una sucesión de momentos diferentes, existen verdades que se resisten a esa ley fatal. Como dijo Tucídides, todo lo que crece conoce también su declive. Por eso, cuando los ciudadanos de este país ahora sienten el regusto amargo de su peor realidad como sociedad, lejos de sorprenderse, boquean ante esta repetición maldita de sus momentos más penosos. Una situación complicada para la emoción civil, en este ambiente de velatorio colectivo que ahora reina.

Curiosamente, la democracia hunde sus raíces históricas en el elogio fúnebre, aquel epitáphios del ciudadano elegido por la ciudad de Atenas en las exequias públicas. Era en ese postrero momento de un personaje ilustre, cuando se apelaba a la fuerza colectiva para afirmarse en las mejores virtudes cívicas. La eternidad oficial del homenajeado contrastaba pícaramente con la constancia de una democracia viva, esa solemnidad del recuerdo que convivía con la certeza de un presente. Pericles, Demóstenes, Platón, fueron escogidos por su inteligencia para aprovechar la excusa del difunto y afirmar los valores atenienses, para significar el valor de la sociedad civil y su equilibrio con el poder legal del Estado, para relatar los mejores momentos de la democracia y ensalzar la libertad individual que impele a la acción positiva.

Ahora entiendo eso de las pompas fúnebres, ese sutil juego de palabras entre el boato de las exequias y el vulnerable estado de una ingrávida burbuja cuando asciende a las alturas. Una idea tan poderosa como sugerente, celebrar el funeral de la burbuja del ladrillo como un sortilegio de fortaleza democrática. Dado que la actual descomposición institucional no se va a detener por un tiempo, al menos hasta que la maldita resaca de los excesos recientes se esconda entre las páginas de los libros de historia, pensemos mientras tanto qué somos capaces de hacer. Da igual que lo llamemos catarsis, exorcismo, reinvención, parche, cataplasma, regeneración, utopía, ingenuidad o apaño. Amigos, no se desanimen, como en otras ocasiones del pasado, de lo peor puede y debe salir algo sobre lo que construir. Solemnicemos cuanto antes al cadáver, para ofrecer algo de dignidad democrática y sentir que vivimos el presente.

Autor: Algón Editores

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