María José Sánchez ha
escrito en su novela El amor y sus
tumbas que “nadie es ajeno al dolor, la risa, la pena, el hambre, la
desgracia, el miedo, la alegría, la miseria…, la humanidad tiende a ser
repetitiva”. A pesar de algunos historiadores que se empeñan en describirnos el
paso del tiempo como una sucesión de momentos diferentes, existen verdades que
se resisten a esa ley fatal. Como dijo Tucídides, todo lo que crece conoce
también su declive. Por eso, cuando los ciudadanos de este país ahora sienten
el regusto amargo de su peor realidad como sociedad, lejos de sorprenderse, boquean
ante esta repetición maldita de sus momentos más penosos. Una situación complicada
para la emoción civil, en este ambiente de velatorio colectivo que ahora reina.
Curiosamente, la democracia
hunde sus raíces históricas en el elogio fúnebre, aquel epitáphios del ciudadano elegido por la ciudad de Atenas en las
exequias públicas. Era en ese postrero momento de un personaje ilustre, cuando
se apelaba a la fuerza colectiva para afirmarse en las mejores virtudes
cívicas. La eternidad oficial del homenajeado contrastaba pícaramente con la
constancia de una democracia viva, esa solemnidad del recuerdo que convivía con
la certeza de un presente. Pericles, Demóstenes, Platón, fueron escogidos por
su inteligencia para aprovechar la excusa del difunto y afirmar los valores
atenienses, para significar el valor de la sociedad civil y su equilibrio con
el poder legal del Estado, para relatar los mejores momentos de la democracia y
ensalzar la libertad individual que impele a la acción positiva.
Ahora entiendo eso de las
pompas fúnebres, ese sutil juego de palabras entre el boato de las exequias y
el vulnerable estado de una ingrávida burbuja cuando asciende a las alturas. Una
idea tan poderosa como sugerente, celebrar el funeral de la burbuja del
ladrillo como un sortilegio de fortaleza democrática. Dado que la actual descomposición
institucional no se va a detener por un tiempo, al menos hasta que la maldita resaca
de los excesos recientes se esconda entre las páginas de los libros de historia,
pensemos mientras tanto qué somos capaces de hacer. Da igual que lo llamemos catarsis,
exorcismo, reinvención, parche, cataplasma, regeneración, utopía, ingenuidad o apaño.
Amigos, no se desanimen, como en otras ocasiones del pasado, de lo peor puede y
debe salir algo sobre lo que construir. Solemnicemos cuanto antes al cadáver, para
ofrecer algo de dignidad democrática y sentir que vivimos el presente.
Autor: Algón Editores
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