viernes, 1 de febrero de 2013

ECOS, POBRES Y CASTILLOS


La afamada ciudad francesa de Dijon se ha visto alterada por una sonora decisión de su alcalde socialista, Monsieur Rebsamen. Entre más de cien castillos de origen medieval y palacios de diversas épocas, ahora destinados principalmente para bodas y hoteles de lujo, en uno de los elegantes salones del Chateau Burgundy de Varennes, se han subastado 3.500 botellas de la extraordinaria colección de vinos de propiedad municipal. El objetivo declarado del alcalde es destinar los fondos recaudados al mantenimiento de los servicios municipales de carácter asistencial. En el Financial Times hemos podido leer que un misterioso chino compró la pieza más valiosa por unos 4.800 euros, una botella de Vosne-Romanée Cros Parantoux, premier cru de 1.999. La subasta tuvo un final muy emocionante, acorde con la solemnidad de la ocasión. Pocos segundos después de que el seco golpe del martillo anunciara el cierre de la compra de ese carísimo caldo, una multitud prorrumpió en aplausos apagando los nerviosos cuchicheos de los expertos enólogos presentes en la sala. El mencionado rotativo informaba del evento y sus nobles efectos con este significativo titular, “L´austerité à la française: Dijon vende vinos valiosos para pagar a los pobres”.

Cuántos viejos recuerdos e imágenes encierra esa extraña y concurrida ceremonia en un lujoso palacio, cercano a donde se detuvo a Luis XVI y María Antonieta en su fracasada huida de la guillotina con sus disfraces de nobles rusos, donde un chino rico gastaba su calderilla en la vieja Europa y un alcalde de izquierdas triunfaba ante sus votantes gracias a la venta de bienes de lujo de propiedad pública para socorrer a esos llamados “pobres”.

Tantos símbolos marean. Aristocracia, lujo, chinos, castillos, pobres, alcaldes, disfraces rusos, huidas, dinero, aplausos, vehementes retazos para un retrato de una época tan carente de signos novedosos. En este tiempo gris, cargado de incertidumbre, espeso de problemas y escándalos, en el que la vieja y cándida idea de progreso lineal e imparable ha dado paso a una duda letal sobre la capacidad del ser humano de aprender de sus errores. En su reciente novela, Las Puertas de la Rimas, Eduardo Ortega escribe sobre “la poesía capaz de conmover a cualquier ser humano de la tierra fuese de la condición que fuese”. Me temo que vivimos tiempos complicados para la lírica y sobre todo para su capacidad movilizadora. 

Pese a todo, me hubiera gustado recrearme en los silencios de los salones solitarios de aquel castillo tras la subasta. Intentar reconocer los ecos que anidaban en sus altos techos. Intuir movimientos en las sombras y, porqué no, encontrarme con el fantasma de aquel viejo mayordomo que lo ha visto todo. Pisar los restos de papeles arrugados, oler el aire limpio que atravesaba las ventanas abiertas, desplazar con ruidoso sobresalto una silla de terciopelo rojo y madera con purpurina. Esperar alguna noticia, adivinar algún futuro, imaginar una ilusión, mientras un enfado creciente dominaría mis entrañas pensando en ese regreso de los “pobres”, en esas administraciones públicas desprendiéndose de su lábil patrimonio y en esos aristocráticos palacios recuperando el viejo lustre del pasado.  


Autor: Algón Editores

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