Una
de las constantes en la historia del ser humano es el recurso al mito, a los
sueños, en sus más variadas formas, como la religión, la filosofía, las artes,
los inventos y avances tecnológicos, las revoluciones. Los misterios, los
símbolos, las leyendas, las ilusiones, las aspiraciones, los miedos, nutren el
fondo de un cuento infantil y también las ideologías que aspiraban a
transformar la sociedad, las hechicerías de una bruja y el jugarse la vida por
una democracia, un relato en una casa de la palabra africana y la proeza
colombina, el médico que opera una enfermedad mortal y la búsqueda del santo
grial, Coriolano y Teseo, el sacrificio humano en una pirámide azteca y el
sueño americano, Prometeo y Ulises, Rothschild y el Che Guevara. Es difícil
encontrar en nuestro pasado una fuerza tan poderosa como el mito para movilizar
a pueblos, sociedades, aventureros, líderes, ciudadanos, revolucionarios, personas.
Algunos
señalan que la decadencia actual procede del descrédito creciente de los mitos,
del aislamiento del individuo que sólo es capaz de leer su presente como una
amenaza personal. Arnold Toynbee escribió que los problemas del cuerpo social
nunca se resuelven con programas de retorno al pasado o por aquellos que
garanticen un futuro, sino que las civilizaciones son la consecuencia de cómo
afronta un colectivo humano sus retos, fracasando cuando no son capaces de
enfrentarse a los desafíos y prosperando cuando no sólo saben responderles con
éxito, sino también cuando abren la puerta a nuevos envites.
En
toda aventura el héroe comienza con una partida, después transita por la
iniciación, después pasa por la apoteosis, hasta terminar en el regreso. Como esa
sociedad que progresa cuando corta con las actitudes y normas de vida del estado
que ha dejado atrás; separándose del resto para esforzarse en abandonar definitivamente
su propia infancia y entrar así en la madurez; todo para alcanzar la apoteosis de
la sabiduría y ser consciente de las limitaciones del propio ego; para finalmente
enfrentarse de nuevo a la realidad de las dudas razonables, a la certeza de tener
que volver a empezar.
Esta
sociedad demuestra ser poco heroica cuando se comporta como esas personas que
se niegan a envejecer y recurren al artificio de la cirugía para mostrar una
patética apariencia de juventud eterna. Esta sociedad está peligrosamente obsesionada
con un presente congelado, devorada por su propio miedo a prosperar. Consumida
en la vigilia que sortea la imaginación de un presente diferente e incluso de
un futuro posible. Que permanece insomne y agresiva contra ese tiempo que se
consume cuando se anhela. Una sociedad que sólo avanzará cuando entienda la
necesidad de emprender un viaje, el viaje. Ese que puede empezar con la lectura
de un simple libro. Dónde mejor que un puñado ordenado de hojas emborronadas
con historias e ideas para encontrar un nuevo mito, para volver a soñar, para
imaginar, para construir. Como ese libro en el que Joan Didion escribió que “en
la tierra dorada el futuro siempre es atractivo, porque nadie recuerda el
pasado”. ¿Por qué no empezar con un libro?
Autor: Algón Editores
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