jueves, 21 de marzo de 2013

UN BUEN BOCADILLO DE JAMÓN


Groucho Marx, en sus Memorias de un amante sarnoso, refiriéndose a la campaña que pretendió impulsarle a la vicepresidencia de los Estados Unidos, afirmaba que la primera cosa que su nación necesitaba era un buen bocadillo de jamón. Él escribió “me refiero al simple y anticuado bocadillo compuesto exclusivamente por pan y jamón, que fue una institución nacional hasta que los bares y cafeterías, con su pasión por las cosas mezcladas, lo han echado todo a perder”. Tras otras urgencias que él consideraba importantes para su país, como un traje especial para llevar el tabaco sin el típico y anti-estético bulto, una lavandería que con cada camisa enviara una cajita de alfileres que evitara tener que quitarlos uno a uno, o un aspirador que no alterara con su infernal ruido el descanso en la siesta, Groucho concluía que la necesidad más probable para su país era disponer de unos cuantos ensayistas de primera categoría.

Una ausencia de pensamiento de calidad que podría explicar la información publicada ayer en el Wall Street Journal, que aseveraba con notable desparpajo que “mientras el record en desempleo empeora en una España atormentada por sus deudas, los consumidores buscan consuelo en una botella de ginebra. Por lo visto, pese a la caída en los últimos cinco años del consumo de bebidas espirituosas en España, la ginebra ha experimentado tal aumento en las ventas que nos ha convertido en su tercer consumidor mundial. Una proeza que no nos libera del penoso club de los países llamados “pigs”, pero que al menos nos coloca de los primeros en alguna clasificación global, aunque sea a costa de ser vistos como una nación que ahoga sus penas y errores en el alcohol. Un país que se lo bebe, mientras los salarios medios retroceden diez años y se alcanza el trágico récord de tres millones de pobres extremos. Un indudable éxito global, que debería ser imitado por naciones hermanas en el infortunio, porque no compensa tanto empeño y frustración inútiles, mientras una nación pueda perderse entre la brumosa y falsa felicidad de la ingesta alcohólica. 

No sé si la clave reside en aquello que escribió John Berger sobre la tragedia de una España cuya paradoja histórica es haber estado y seguir estando atada “a un potro de tormento histórico”. Más de diez siglos, a decir de Berger, en los que no han surgido, como en otros países, esas contradicciones que pueden llevar a un nuevo desarrollo, mientras existió sólo “una pobreza inalterable y un equilibrio aterrador”. Esa miseria moral materializada en los codazos de las barras, los restos de comida por los suelos, sujetando grasientas y correosas tapas, rodeados de mesas vacías, aviones fantasmas, aseos que deberían estar tipificados en el código penal, polígonos desiertos, instituciones intervenidas por un poder foráneo de aire neocolonial, resurrección de las viejas y pobres hidalguías, animados por la algarabía de ese botellón rodeado de estridentes letreros con la leyenda de “se vende”, con hoteles arrastrados al lowcost, museos condenados al silencio de sus paredes, el empobrecimiento de escuelas y hospitales, cierre de bibliotecas, éxodos de cerebros, engañados por cócteles pijos mientras olvidamos la importancia de un buen bocadillo de jamón, sin las artificiales componendas que camuflen la auténtica calidad de nuestra salud nacional, y, lo que es peor, como decía Groucho, sin resolver la verdadera urgencia, esos ensayistas ausentes de primera categoría que nos muestren nuestras vergüenzas y sus posibles soluciones. Es el tormento de nuestros días, nuestro potro de tortura, esa ausencia de políticos e intelectuales que nos canten las excelencias de un simple, sencillo, no adulterado, sano y patriótico bocata de jamón. 

Autor: Algón Editores


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