jueves, 7 de marzo de 2013

UN ASIENTO EN EL AUTOBÚS


Si el destino existe, esta semana ha decidido conspirar contra el inmovilismo que adormece las conciencias. Hace pocos días, Obama descubrió una estatua de homenaje a la admirable Rosa Parks, aquella valiente mujer, menuda, sola, sin más protección que su propio coraje y la mirada fija en el cristal de la ventana, que se negó a levantarse de un asiento exclusivo para blancos en un autobús allá por 1955 y que inspiró un levantamiento popular por los derechos civiles y contra la segregación racial, que movilizó a miles de personas lideradas por Martin Luther King. En su discurso, Obama afirmó que “en un preciso instante, con el más simple de los gestos, ella ayudó a cambiar América y cambiar el mundo”.

En esta misma semana, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos debatía sobre la validez de una ley federal de 1965 que protege el derecho de voto de las minorías raciales. Una ley para unos territorios públicamente marcados por su larga tradición racista, concretamente nueve estados y otros 66 condados, que deben pedir permiso a una instancia federal para cualquier modificación en sus normativas electorales. Un juez conservador, John Roberts, ha preguntado “¿es la posición del Gobierno que los ciudadanos del Sur son más racistas que los del Norte?”, a lo que el brillante magistrado Stephen Breyer ha replicado “¿de qué crees que iba entonces la Guerra Civil? Por supuesto que era para tratar a algunos estados diferentes a otros”.

En esta misma semana, la polémica también arreciaba por una línea de autobuses segregada para trabajadores palestinos y la ONU publicaba el dato escalofriante del millón de refugiados sirios que han huido despavoridos de la guerra civil que devasta su país. Esos ancianos, niños, mujeres, desahuciados, desterrados, que están cruzando las fronteras de su propia nación con sus abultadas maletas, los más afortunados en destartalados autobuses, huyendo del horror y de la muerte. Como en una fatal premonición, Gil, Lorca y James, han dedicado su libro “Siria. Guerra, clanes, Lawrence”, a “la memoria de las víctimas inocentes, y ante todo innecesarias, en sociedades democráticas de Occidente y Oriente”. Por desgracia, en estos días, se ha vuelto a hablar de racismo, víctimas, derechos civiles, crímenes, refugiados, discriminación, precisamente en países que se nombran democracias.

En esta misma semana, John Lewis, aquel joven al que un policía le fracturó el cráneo cuando lideraba la manifestación de 1965 que cruzó el puente Edmund Pettus en Selma, Alabama, después de recordar aquella mítica ocupación en 1961 de los segregacionistas autobuses interestatales de los estados sureños por los llamados Freedom Riders, declaraba solemne que “la marcha todavía no ha terminado”. Nelson Mandela llamó al gesto de aquel desconocido que se plantó solitario y desarmado ante un tanque en la plaza de Tiananmen un “momento Rosa Parks”. Un preciso instante, el más simple de los gestos que cambia el mundo, como lo ha llamado Obama, que empuja a no ceder el asiento, a permanecer quietos, firmes, con la mirada fija, a pesar del miedo, sin aceptar lo inaceptable, sin resignarse a nada, sin creer que todo está perdido y que no existe oportunidad alguna para el cambio. Todo y nada, en esta misma semana.

Autor: Algón Editores

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