Dos
ojos femeninos solitarios y enigmáticos desahuciados de rostro alguno,
inexpresivos y sólo matizados por dos labios aéreos de un rojo violento,
suspendidos sobre una noche azul que coronaba el skyline de una ciudad
luminosa, ardiente, festiva, como un genial zaguán estético para uno de los
mayores éxitos literarios de todos los tiempos. Aquella portada de la primera
edición del Gran Gatsby, del año 1925, sedujo, atrajo, incomodó e incluso
hipnotizó a miles de compradores que adquirieron aquel libro mágico,
bello, tan mítico como anticipatorio. Un estudioso de Fitzgerald escribió que aquella ilustración se hizo antes de
estar el libro terminado, porque el escritor y el pintor trabajaron juntos para
crear una de las imágenes más brillantes de la literatura americana del siglo XX. Una
tesis polémica, al recordar aquellos famosos pasajes referidos al enigmático anuncio publicitario del oculista T.J. Eckleburg, en el que unos ojos escrutadores,
fríos, inanimados, encerrados en unas lentes amarillas flotantes y también sin rostro,
parecían vigilar las intensas idas y venidas de los protagonistas de la novela,
contraponiendo la severidad de su mirada con la frivolidad y exceso de aquellos
locos años 20.
El
ilustrador de aquella famosa portada fue un español, algo que muy pocas
personas saben o recuerdan. Un creador que fue mucho menos famoso que su
hermano, que consumió su vida rodeado de estrellas mientras amenizaba con su
orquesta las noches de Hollywood y Las Vegas. Lo cierto es que se ha escrito
muy poco sobre Francis Cugat. Un personaje olvidado y sobre todo sepultado por
la fama de su hermano Xavier. Un artista al que la vida le llevó desde su
España natal a Paris, Cuba, América del Sur y Estados Unidos, donde colaboró en
68 películas de Hollywood y trabajó para Douglas Fairbanks como diseñador.
Una
historia de una portada tan bella como inspiradora. Porque para un editor que
goce con el arte de editar no hay esfuerzo más mágico, y también difícil, que
pensar, buscar, dudar y decidir sobre una cubierta para un libro. Algón tiene
el privilegio de contar con un gran artista con una vida no menos apasionante,
que también le ha llevado a los dos lados del charco, y con una obra que ha
recorrido los tres grandes continentes. Todos nuestros libros han sido un
ejercicio de reflexión y creación, que ha perseguido integrar obras de arte en
un mensaje que sintetice o inspire el contenido del libro que se edita. Miguel
Carini ha sido y es muy generoso al permitirnos integrar su obra entre
palabras, nombres, logos y diseños, mostrando así su pasión por los libros. Fitzgerald
y Cugat pensaron en unos ojos sin rostro para explicar el exceso de una época,
mientras Carini ha entregado sus mariposas y flores cuando las ha pintado sobre
ese bello rostro de Jaruko
fotografiado hace más de 80 años, o esa genial y oportuna rayuela, en el libro
de Raúl Baltar sobre El arte de ser humano,
que abre una puerta simbólica a ese juego que retrata la propia vida, o como
esas poderosas imágenes que de un vistazo nos han transportado a la extraña
lógica del poder, a las alambradas de las prisiones, a los rostros humillados,
a la sangre de la guerra o aquel sabio apesadumbrado por los errores del ser
humano.
Por desgracia, hoy abundan
los libros mal editados, las reediciones de clásicos, los libros mal escritos, las
ausencias tanto de autores noveles como de los riesgos editoriales que anhelan el
reconocimiento de las minorías. Es la tragedia silenciosa de un mundo mágico
que se desmorona por la esterilidad de un pueblo que no llora por su cultura en
tiempos de crisis. Un mundo cuyos límites son siempre dos ojos solitarios, esos
que releen mil veces las palabras cuando se crea, que se gastan a cada trazo de
un pincel, que escrutan con pasión las propuestas para editar, que leen atentos
para corregir, que vigilan para imprimir, que invitan para vender o que leen para
vivir. Porque amar un libro, ser parte de su historia, de su vida, en todo el
recorrido que va desde que se imagina hasta que se lee, es admitir la escasa
importancia del éxito individual si no se alcanza el logro colectivo, porque la
realidad no es otra que aquella de los versos de José Agustín Goytisolo, cuando
escribió que Nunca la paz o el sueño/que
tenga usted/serán como el gran sueño que tuvo él.
Autor: Algón Editores
No hay comentarios:
Publicar un comentario