Hay palabras que te acompañan
toda una vida. Una extraña suma ordenada de letras que se arrastra durante años
como una sombra empeñada en regalarte un consuelo, un recuerdo, una emoción o
un sentimiento. Su rastro se agazapa en libros, en canciones, a veces en
imágenes, en ocasiones en una mirada convertida en diálogo, a menudo en una
afirmación oral que te esculpe el cerebro con la ductilidad de una arcilla, conspirando
todos en silencio, al margen de su forma, para que tu identidad adquiera
conciencia. Aunque el tiempo, las modas, se conjuran para el olvido, hay palabras
que sobreviven. Las mismas que convierten tu cuerpo en una masa
trémula y vulnerable, tu cerebro en un vértigo de emociones, tu corazón en una
trampa del destino. Esas que se acoplan a un momento concreto de la existencia,
liberadas de la intención del autor e incluso de la voluntad del receptor. Como
todavía hoy la piel se eriza cuando los ojos recorren la tinta de aquellas
palabras para Julia que escribió José Agustín Goytisolo, hace ya muchos años,
en la que se desparrama que “tu destino está en los demás/tu futuro es tu
propia vida/tu dignidad es la de todos”.
Unos versos que hoy cobran
un especial sentido al conocer la noticia de la muerte del gran Nelson Mandela.
Ese hombre atrapado para siempre en su dimensión simbólica, convertido en una memoria
que ayudará eternamente a recordar a las personas perseguidas por su raza, su
ideología, su género o su orientación sexual; a pensar en todas las injustamente
acosadas, falsamente acusadas, indignamente castigadas por su manera de pensar,
de sentir, de existir; a reivindicar a las personas prisioneras de sistemas que
llenan la boca de sus voceros y mendaces monosabios de altisonantes manifestaciones
de justicia y orden, pero que en realidad son el trampantojo perfecto de la
injusticia.
María José Sánchez, en su
novela El amor y sus tumbas, escribió que deberíamos saber que entre los vivos,
con los vivos, había cosas que podían arreglarse, siempre y cuando uno no
dejara escapar esas instancias que así como llegan solas se van, si no sabemos
aprovecharlas o si ni siquiera logramos reparar en ellas. Una oportunidad para
evitar el riesgo de convertir el recuerdo de Mandela en una empalagosa fiesta
mediática, en una efímera ebullición colectiva, incluso en algo peor, en una
mera anécdota histórica. Óscar Hahn, en un poema escribió “deja que sus
sueños pasen uno a uno frente a tus ojos/ y sabrás con absoluta certeza/a
orillas de qué rio duermen”. Por eso no puede existir homenaje más bello que imaginar
los sueños de Mandela. Apropiarnos de sus ensueños y someterlos al escrutinio
amable de nuestros ojos, para reconocer la orilla donde dejamos todos los días
de nuestra gris existencia que dormiten los nuestros.
El poeta escribió palabras
para Julia que nos acompañarán siempre, y entre ellas dijo que “tú no puedes
volver atrás/porque la vida ya te empuja/como un aullido interminable”. Mandela
hoy ha muerto, pero en verdad no puede morir, porque representa la vida, el
destino que todos compartimos, el futuro que es nuestra propia existencia y la
dignidad de cada individuo que es al mismo tiempo la de todos. Porque Mandela
ya es, para siempre, ese grito infinito por la justicia que empuja la vida y
nos impide volver atrás.
Autor: Algón Editores
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