Por esas cosas del caprichoso destino, en este
mes de noviembre hemos sabido que los japoneses nos han vuelto a ganar por la
mano a los españoles, proponiendo algo tan osado para este siglo XXI como una ley
que permita tener emperatrices y no sólo emperadores masculinos. A eso se le
llama innovación, una de nuestras grandes carencias nacionales. En parecido
sentido, se ha recrudecido estos días pasados una vieja polémica de la Unión
Europea, esa iniciativa que de nuevo propone que las mujeres se puedan sentar
en los consejos de administración de las empresas. Esa notable proeza
democrática, por la que se puede multar a quien tira una colilla al suelo pero
no a quien discrimina por razones de sexo en el puente de mando de una
corporación. En una crónica de los años 70, publicada hace pocas semanas en la
sección de cocina y bebida del Financial Times, se relataba que la Federación
Nacional de Mujeres Republicanas, de los Estados Unidos, movilizó gracias a un
libro importantes recursos económicos y votantes en apoyo del inefable Nixon y
sus revoltosos chicos. El profundo y apasionante “Libro de cocina para las
vacaciones de las mujeres republicanas de la NFRW”. Como nos cuenta la
articulista, el recuerdo de un libro que nos devuelve al ideal doméstico de
posguerra, en el que los hombres se ocupaban de la política mientras sus
esposas les servían galletas de queso. Qué dificultad extraordinaria debe operar
en este espeso comienzo del siglo XXI, para que cuarenta años después de aquellas
recetas de cocina las mujeres no lleguen a los consejos de administración o puedan
ser herederas de una dinastía.
Es probable que el fallo se encuentre en esos progresistas
que dormitan hoy ausentes, con falta de pulso, enredados en batallas raquíticas
aquejadas de la insoportable levedad del ser. Ese malvivir político en un
espacio cerrado, tan limitado y ordenado, como asfixiante y turbador. Como en aquellos
versos de Emiliy Dickinson, “parecían no ir a ningún lugar, en una
circunferencia sin propósito”.
César Calderón, en su libro “Otro gobierno”, lanza
un dardo envenenado cuando se refiere a la izquierda conservadora. Será por ese desfallecimiento que ya no pelea por la falta
de libertad de expresión en los medios de comunicación tanto públicos como
privados, por la explosión controlada de una sanidad universal digna, por la perpetración
de una educación que de nuevo segrega por rentas, por el triste abandono de ideas
como la igualdad de oportunidades o el fallido acceso a la justicia por las
tasas para ricos. Por eso, a esa geometría política en las que nadan despreocupadas
las llamadas fuerzas de progreso, se añade una alarmante y progresiva desafección
aritmética. Hoy hablamos de la ausencia de mujeres en el poder real de la economía,
mientras la izquierda guarda un sospechoso silencio. Mañana nos lamentaremos de
ese no ir a ningún lugar, sin propósito aparente, que ya empieza a ser más que
irritante. Mientras despiertan, nos queda por ahora el refugio de las sabias palabras
de John Berger, “la esperanza hoy es un contrabando que se pasa de mano en mano
y de historia en historia”. Por eso nos gusta editar libros contra la lógica
inmoral de nuestro tiempo.
Autor: Algón Editores
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