jueves, 25 de octubre de 2012

PROBLEMAS DE PATERNIDAD


El padre de aquella iniciativa nunca pudo imaginarse los enormes quebraderos de cabeza que iba a ocasionarle la idea de levantar un museo sobre la historia de la humanidad, inspirado en las ideas creacionistas. Gracias a su ilusionado impulso, aquella ciudad mediana de la Norteamérica profunda iba a contar con un museo que demostrara a los niños la falsedad de la teoría de la evolución. El problema surgió con un dilema inesperado que jamás se había planteado ninguno de los sesudos teólogos de toda la historia. Uno de los operarios encargados de fabricar las piezas expositivas preguntó si fabricaba unos cuantos dinosaurios para acompañar a las figuras de Adán y Eva. Un simple serrucho, un lápiz en la oreja y un botijo, para acabar entendiendo que no es igual una historia de cartón piedra que una teoría científica.  

Esto de la paternidad parece un asunto difícil. En el libro “La Guerra”, del famoso periodista de investigación Bob Woodward, podemos leer que Bush junior evitó a su padre cuando decidió invadir Iraq. En una entrevista que éste le hizo, Bush le respondió con gesto severo que “él no es el padre al que hay que acudir en cuestiones de fuerza. Hay un padre más alto que él”. Sin duda siempre es mejor contar con tan privilegiado hilo de comunicación, que con los sermones de un padre experimentado.

Gracias a un artículo publicado en El País, hemos sabido del chocante contraste entre Mitt Romney y su progenitor. Mientras éste fue un ardiente defensor de las libertades civiles, un firme enemigo del racismo, un republicano que se negó a apoyar al ultraconservador Goldwater, crítico con la clase política y el funcionamiento taimado de los partidos, su hijo, el actual candidato a la presidencia de su país, ha sido acusado de cambiar de opinión sobre cualquier asunto a golpe de encuestas, de ser un rico sin escrúpulos morales,que, para colmo de amnesia genética, ha elegido a un candidato a la vicepresidencia muy conocido por sus teorías ultraliberales y adorado por las bases del teaparty.


Es el problema de tanto cartón piedra en la interpretación de la historia, en el recurso a la fe para dar rienda suelta a las ideas más peregrinas, en las campañas electorales más obsesionadas en la propia contienda que en ofrecer soluciones, en una clase política dominada por burócratas encantados de conocerse, y en guerras en las que nos embarcan niños malcriados eternamente atrapados en el juego de los marcianitos. Es el problema de no aprender de nuestros mayores y sus sabios consejos. Cuantas fatigas hubiéramos evitado recordando las que sufrieron nuestros padres. Cuánto de esta maldita crisis nos hubiéramos ahorrado con un poquito de atención en los mismos errores del pasado.


Autor: Algón Editores

viernes, 19 de octubre de 2012

¡Otra ronda! ¡Que llenen!


En el lejano oeste los cowboys se lavaban y recibían su correo en los salones donde también se les proveía de alcohol, juego, mujeres y whisky. Una bebida alcohólica era más barata que una taza de té y se bebía una media de 90 botellas con sustancias espirituosas al año por cabeza. Un alcohol barato, tóxico, nada que ver con el actual. Un mundo plagado de seres embrutecidos, pobres, analfabetos y en muchos casos enfermos crónicos. Una situación penosa contra la que se revolvió un puñado de mujeres valientes. Pelearon contra aquel mejunje que destrozaba hogares y condenaba a millones de niños a la muerte, la miseria, la enfermedad y la desnutrición. Reivindicaron el derecho al divorcio para protegerse a sí mismas y a sus hijos de la violencia machista, una educación pública y una sanidad universal, el derecho al voto para acabar con los políticos corruptos, control de calidad de los alimentos, una fiscalidad disuasoria en las bebidas alcohólicas y jornadas laborales de 8 horas con salarios dignos. Pese aquel noble y exitoso empeño, que supuso el nacimiento del movimiento feminista que cambió el siglo XX, miles de metros de películas, canciones pegadizas, novelas apasionantes, incluso comics infantiles, se han conjurado durante décadas para reírse de aquellas mujeres, para ridiculizarlas como histéricas abstemias y asexuales, y para fijar en el imaginario colectivo aquella ley seca, apoyada entonces por millones de progresistas, como un absurdo exceso moralista.

Robert Kuttner, en su libro El desafío de Obama, sugiere que los grandes saltos históricos de la edad moderna se han producido con líderes que inicialmente no tenían previsto esas agendas reformistas. Lincoln y la ley antiesclavista, Woodrow Wilson y el derecho al voto de la mujer, Roosevelt y su New Deal contrario a su propio programa electoral de reducción del déficit público, o el sureño LyndonB.Johnson y sus leyes de libertades civiles. Pero lo más interesante de la tesis de Kuttner, es que esas leyes tan impactantes fueron realidad gracias a un sector de la sociedad que presionaba en cada momento histórico. Una pulsión colectiva de cambio, liderado por minorías motivadas por la denuncia de un pasado superable que forzaron alianzas estratégicas con el poder.

Una pauta histórica que hoy parece improbable, sin líderes ni grupos sociales con la ambición de un cambio histórico, y sin esas alianzas que permitan un atisbo de esperanza entre tanta penuria cotidiana. Hemos vuelto a un cierto embotamiento de los sentidos, aunque ahora saturados de informaciones que no explican adecuadamente la realidad y asustados ante un futuro que por primera vez se promete peor que el pasado. Vivimos en una nube, más bien en las nubes, embobados por placeres efímeros que nos despistan, gracias a bares atascados y cines vacíos, a librerías desiertas y campos de fútbol abarrotados. Es el viejo y nuevo mantra social, ¡otra ronda! ¡Que llenen!


Autor: Algón Editores

jueves, 11 de octubre de 2012

BUSCANDO A WANDA


El filósofo Sloterdijk escribió que “si se ha abierto el suelo bajo nuestros pies es porque estamos obligados a elegir entre catorce tipos de salsa diferentes para sazonar la ensalada”. Es tal el aluvión al que nos someten de información, datos, comentarios, rumores, opiniones, prejuicios, supersticiones y exabruptos, que la verdad de los hechos parece ser un asunto cada vez más huidizo. Ya lo dijo Einstein, como nos recuerda Fred Jerome en su libro Einstein-Israel. Una mirada inconformista, “antiguamente, la gente creía que todas las cosas materiales desaparecían del universo, sólo quedaría tiempo y espacio. Pero según la teoría de la relatividad, el tiempo y el espacio desaparecen junto con todas las cosas”. Las salsas de las ensaladas, gracias a su condición relativa, diversidad y fecha de caducidad, vienen a terminar con más de 2.000 años de desvaríos filosóficos. Por fin podemos admitir sin sonrojo que aquella división que proponía el famoso poema de Parménides, entre la verdad única, revelada, inmóvil y perfecta, y las vulgares opiniones de los mortales, es una broma de mal gusto.

Chrystia Freeland, en el último número del New Yorker, se pregunta por qué los multimillonarios se sienten víctimas de Obama y cita a presidentes de poderosos hedge funds, emporios empresariales y banqueros de inversión, que ven a Obama como la encarnación de Lucifer. Significativamente, nadie se ha referido en las últimas semanas al reñido pulso de Romney contra Obama y la polémica sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos de hace un par de años, que “liberalizaba” las donaciones empresariales a las campañas electorales. Por este tipo de preguntas y silencios, echamos de menos a personajes como la periodista Wanda Jablonski, la apodada “reina del club del petróleo”, que supo contar los inconfesables secretos de ese mundo dominado por poderosos dueños de pozos petrolíferos, jets, limusinas, escoltas y mullidas moquetas. O la mítica Ida Tarbell, una humilde maestra aficionada al periodismo local, que consiguió gracias a sus investigaciones que la colosal Standard Oil de Rockefeller se desmembrara y se aprobaran las leyes antimonopolio que aún hoy rigen en el mundo civilizado.

Hablando de la verdad escondida en las ensaladas y sus aliños, es evidente que la teoría de la relatividad tiene una aplicabilidad directa en la política y la economía. Para aquellos que no se benefician de las habituales verdades absolutas, desaparecen el espacio y el tiempo junto con haciendas y expectativas. Echamos de menos a Wanda o a Ida, porque como Sloterdijk escribió “incluso las estupideces más evidentes son repetidas de manera constante por la gente más inteligente”. Decida pronto qué quiere de menú, porque como dijo el viejo Einstein “el hecho de que uno no tenga influencia real sobre el curso de la historia no le libera a uno de la responsabilidad moral”. Voy a ver que me queda en la despensa.

Autor: Algón Editores

jueves, 4 de octubre de 2012

Mercados, espectros y tiburones



Igual que vivir hoy en una sociedad líquida no significa, en principio, que ésta nos vaya a liquidar, algo parecido ocurre con los mercados de colaterales y los daños del mismo nombre, con los mercados de derivados que no significan aparentemente mercados a la deriva, o con los mercados de futuros que no se refieren a los arcanos escrutinios de los horóscopos o el juego de la güija. El genial Nabokov escribió que el futuro no es más que una figura retórica, un espectro del pensamiento. Como en la economía, donde se distorsiona la realidad con los fantasmas del mañana y la especulación del lenguaje. Ya saben, esas distracciones que hablan de crecimientos negativos, reducir para crecer, contraer para expandir, recortar para mejorar, eliminar para gastar, pagar para dejar de recibir, ayudar al acreedor a costa del deudor, rescatar a la habitual unidad de rescate o cambio de paradigma por ciclos irregulares.
Sólo nos queda refugiarnos en los libros para entender tal galimatías. Puede que la verdad se esconda en unos versos escritos cuando España era imperio y era experta en asuntos de poder, dinero e influencia, eso que ahora se llama globalización. Descubran cuánto de sociedad líquida en crisis, cuánto de contrabando de falsos bebedores de té, reside en la vieja pieza gongorina del “ándeme yo caliente y ríase la gente. Traten otros del gobierno, del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequilla y pan tierno”. O pensando en los gélidos vientos que ahora nos vienen del norte, aquello de Quevedo de “pues al natural destierra, y hace propio al forastero, poderoso caballero es don Dinero”.
A este respecto, es útil recordar que el tiburón es uno de los seres vivos más singulares del planeta. Duerme con los ojos abiertos, con una parte del cerebro que reposa mientras la otra vigila. Sobrevive desde hace más de 450 millones de años, en los que ha desarrollado notables habilidades en ataque, velocidad, silencio y fortaleza de sus mandíbulas. Ya estaban ahí cuando los dinosaurios imponían su ley, aunque les sobrevivieron por su capacidad de adaptarse, moverse, nadar contracorriente en un estado permanente de transitoriedad, individualistas, sin dependencia de normas ajenas, sin vínculos sociales, sin responsabilidades ni afectos, en un tiempo presente sin futuro. Ahora gustan de ostentosos tatuajes y vehementes adminículos dorados, o de exclusivos trajes, que difícilmente ocultan su correosa piel. Según su condición escogen a sus piezas. Adquisiciones, privatizaciones, adjudicaciones, comisiones, diversiones fiscales, reestructuraciones, contrabando ideológico o expropiaciones, son algunos de sus éxitos más sonados.
Hablamos de una economía poseída por espectros y jerigonzas. El concurso ideal en una economía diseñada para bípedos expropiados de su propia voluntad de destino, donde los tiburones dominan y gozan del estado acuoso de la realidad. ¿La mejor solución? Una bastante antigua y extraordinariamente vigente, la de Macías Picavea en su obra Los males de España, “¿no es de las grandes crisis el vencer las grandes dificultades? ¿No saben? Pues, ¡a aprender! La necesidad aprieta y aguza el entendimiento. Todo es cuestión de buena voluntad en una y otra parte. Si la inmensa mayoría no sabe, habrá una inmensa mayoría que sepa”. Pues eso.


Autor: Algón Editores