Para ser más precisos, nueve
manzanas le han costado a un particular 41,6 millones de dólares, en una subasta
celebrada hace unos días en Nueva York. Claro, no son unas manzanas corrientes,
porque estas las pintó Cézanne. Ya que estamos hablando de manzanas, el
Gobierno francés, por estas mismas fechas, ha anunciado un nuevo impuesto que
grave los smartphones, tabletas y demás dispositivos conectados a internet, para
poder dedicar más recursos a la cultura, a la defensa de lo que llaman la
“excepción cultural” francesa. El ministro del ramo ha declarado que los
fabricantes de estos aparatos tienen que ayudar a los creadores con parte de
los ingresos obtenidos por sus ventas. En el informe de la comisión gubernamental
que apadrina esta iniciativa, se afirma que “es
legítimo corregir los excesivos desequilibrios de la economía digital”,
aplicando los impuestos no a los creadores, sino al beneficio que se obtiene por
la difusión de su obra.
Es sabido que nuestros
vecinos tienen amplia experiencia en leyes diseñadas para apoyar la cultura.
Como esa obligación de las emisoras de radio de emitir una cuota de música
francesa o la fiscalidad especial para las compañías de televisión y
distribuidoras de contenidos para la financiación de películas. Ya sabemos que
eso de aplicar cuotas, fijar impuestos especiales, apoyar la cultura con
recursos públicos, a algunos les produce urticaria por nuestros lares, pero basta
con remitirse a la estadística para que cualquier comparación resulte más que incómoda.
A esos escépticos interesados yo les recomendaría el fascinante libro Turningon
the mind, de Tamara Chaplin. Una obra que analiza la aparición de filósofos en
la televisión francesa desde la posguerra y que demuestra la falacia del
argumento de que la oferta cultural se ajusta a lo que la gente demanda, porque
el enorme interés público en estos programas emitidos en franjas de máxima
audiencia, durante más de cincuenta años, lo desmiente radicalmente. Los hechos
cantan, a finales del siglo XX, más de 3.500 programas televisivos contaron con
la presencia de filósofos, a pesar de la privatización de la televisión de los
años 80.
Tamara Chaplin explica que esa
complicidad entre filósofos y medios de comunicación hunde sus raíces en las necesidades
de una Francia que se pregunta por su identidad como nación y que siente la
necesidad de desarrollar un nuevo orden político y económico de posguerra, en
el que la descolonización, la modernización y la globalización se integren en un
relato de auto-confianza colectiva, en el que debe acomodarse su tradición
cultural con su posición en el mundo. Como ella misma dice, “la fascinación de los ciudadanos franceses por su filosofía
televisada enlaza de forma inextricable con el conjunto de esperanzas y
ansiedades sobre lo que Francia significa en un mundo cambiante”.
Alguien escribió que cientos
de millones de personas vieron caer manzanas de un árbol, pero sólo uno se
preguntó por qué. Mientras en nuestro país la cultura creativa, la sana
competencia, la apuesta por nuevos valores, la independencia intelectual, el
pensamiento crítico, la actualización de nuestra identidad cultural, la
globalización de nuestras obras y creadores, incluso la resistencia a la
colonización cultural, agonizan en medio del silencio colectivo, nos solazamos confiados
e ignorantes del verdadero precio de las manzanas que nos rodean, mientras sobrevivimos
ufanos y embobados ante esa ley de la gravedad de la que no acabamos de
comprender los principios que la inspiran.
Autor: Algón Editores
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