jueves, 23 de enero de 2014

POSTALES DESDE EL ESPACIO

De acuerdo con los cálculos de su promotor, un empresario hotelero de la ciudad norteamericana de Las Vegas, en menos de una década su compañía estará en condiciones de ofrecer el alquiler de viviendas e instalaciones de trabajo a cualquier gobierno o empresa del mundo. Una noticia escasamente sorprendente salvo por el singular matiz de que estas se ubicarán en unas estaciones espaciales de su propiedad. Bigelow Aerospace, que así se llama tan original empresa inmobiliaria, pretende construir una estación espacial propia para el año 2015, la Commercial Space Station Skywalker, a la que se podrá viajar pagando unos 7,9 millones de dólares, bastante menos que los 30 que se vienen cobrando a los turistas que visitan la Estación Espacial Internacional. Esta compañía afirma, ufana y sin complejos, que los mayores obstáculos que afronta son políticos y legislativos, no de carácter tecnológico. Si gustan visitar su web, le informarán de esta oportunidad única para pequeños países y empresas que no necesitarán de costosos programas espaciales propios para investigar en condiciones excepcionales. Con solo rellenar un formulario, idéntico al que aparece en miles de portales de venta de lavadoras, camisetas, viajes o entradas para conciertos, le atenderán sin compromiso.
Dentro de pocos años, el espacio estará concurrido de naves y estaciones espaciales privadas, con abnegados ejecutivos, técnicos y científicos, saltando como gráciles bailarinas en el ballet ingrávido que dominará estos sofisticados laboratorios y viviendas. Un mundo inexplorado que ya está ocurriendo mientras por aquí se reduce el acceso a los recursos más elementales asociados al bienestar y el avance del conocimiento. Un nuevo paso que obligará por fin a nuevas instituciones internacionales más eficaces y poderosas que las actuales. Pero, sobre todo, un gran salto para empequeñecer desde la distancia los conflictos, mezquindades y viejas desigualdades que hoy flagelan a la humanidad, gracias a la lejana perspectiva que se asomará a los estrechos ventanales de esos inmuebles inflables que poblarán nuestra mirada cuando la alcemos buscando en la noche las estrellas.
Es difícil, conociendo esta realidad inminente, no recordar la película protagonizada por Matt Damon y Jodie Foster, Elysium, en la que se nos describe un planeta Tierra superpoblado y contaminado, que observa en la distancia un exclusivo hábitat espacial ocupado sólo por ricos magnates. Un mundo dual más cerca del terror que de la ciencia ficción, en el que la medicina, la educación, las viviendas, el ocio o la felicidad, dependen exclusivamente de la renta económica. Un orden injusto y desigual que sin duda a cualquiera le costaría aceptar en los tiempos actuales.
Ojalá que el viaje desde la sociedad agrícola de nuestros abuelos, a través de la salvaje experiencia bélica de nuestros padres y de la banalidad de la generación que hoy gobierna el mundo, hasta el presente y futuro inciertos de nuestros hijos, nos esté conduciendo hoy a un nuevo espacio de oportunidad. Aunque la tecnología va más rápida que la capacidad colectiva para ofrecer un mundo justo, esa posibilidad necesita superar la soberbia institucional y el humilde reconocimiento de que el presente no funciona bien y necesita ser reparado con urgencia. Una ocasión que pide algo tan simple como otra mirada, o como decía uno de los personajes de esta película, dirigiendo sus ojos hacia el maravilloso e inaccesible hábitat espacial, “¿ves lo bonito que parece visto desde aquí?, bueno, ahora mira como nos vemos desde allí”…

Autor: Algón Editores

jueves, 16 de enero de 2014

IRRITACIÓN Y SENSIBILIDAD

Uno de los aspectos más extraños de este siglo es la inexplicable y radical asimetría que enfrenta el conocimiento alcanzado con el poder y sus instituciones. El admirable salto intelectual de la ciencia y el arte en el siglo XX, que desde bien temprano cuestionaron los paradigmas del pasado ofreciendo una nueva visión de la realidad, con teorías como la relatividad o el cubismo, no fue acompañado de una visión más avanzada e inteligente del poder. La sanguinaria locura del nazismo o el estalinismo encogieron las ganas de los experimentos, empujando hacia una expectativa distópica con más presencia que cualquier tentativa moral. Una cartografía del poder dominada por un plano unidimensional, limitado, artificioso, sin ángulos ni aristas, que abusa de los colores postizos y los gruesos trazos diseminados sobre esos mapas políticos que desde hace tiempo tienen más importancia que los humanos y los físicos.

Cómo evitar esta sensación al leer, en la edición de ayer del Financial Times, en una crónica sobre el debate del salario mínimo en Alemania, tanta vesania interesada contra una regulación legal que defiende, en una de las naciones más ricas del planeta, fijar los ingresos básicos que debería recibir un ciudadano por su trabajo, en una controversia que pretende oponer el cálculo de rentabilidad de una minoría frente al bienestar y dignidad de millones de personas. O leer en el último número de la revista Foreign Affairs, el consenso existente entre  los expertos en estrategia de seguridad nacional, norteamericana, que alertan del riesgo derivado de la fragilidad de las estructuras de los Estados de otras naciones.O en otro artículo de esta misma revista, sobre la tendencia imparable de los Estados Unidos a un sistema inspirado en la socialdemocracia europea, gracias al Obamacare que está impulsando políticas públicas y la renuncia a viejas ideas pro-mercado, en una nación con una desigualdad y disparidad de rentas que han alcanzado límites inmorales. Un inesperado transformismo de Alemania y Estados Unidos, rematada en esa frase del citado artículo que sostiene que “el Obamacare es desde muchos puntos de vista el avatar, el arquetipo, del liberalismo moderno”.

Hace unos días, una productora de cine chilena publicó un anuncio en el que pedía voluntarios para actuar de extras en la filmación de la película “Los 33”, basada en la trágica historia de los mineros atrapados en una perdida mina en el desierto de Atacama. Este informaba que “no se necesita inscripción, solo deben llegar el día indicado, tampoco se necesita experiencia previa, solo las ganas de participar y el compromiso con la película ya que se recreará uno de los sucesos más importantes de nuestra historia y que representa el espíritu de la zona…”. Sin duda, una epifanía sustitutiva de la realidad, que reduce la miseria a un falaz espectáculo de héroes de cartón piedra, para nutriente de autoestima y consuelo de las masas de pasivos espectadores en la negrura de una sala de cine.


Tres buenos ejemplos del extraordinario alcance de la teoría política de este siglo XXI. Salario mínimo, salud básica, mistificación de la realidad. Argumentos y controversias desplegados en un perfecto ambiente de penumbra, expuestos en un plano unidimensional, representados con imágenes que aspiran a imitar la realidad, e iluminados por un único haz de luz. Es la victoria del viejo juego del poder sobre el arte y la ciencia, sobre el avance del conocimiento o las lecciones de la historia. Es la vigencia del mito de la caverna. Es la trágica verdad que encierra aquella frase que escribió Bertolt Brecht, no escapa del pasado el que lo olvida”. 

Autor: Algón Editores