De acuerdo con los cálculos de su
promotor, un empresario hotelero de la ciudad norteamericana de Las Vegas, en
menos de una década su compañía estará en condiciones de ofrecer el alquiler de
viviendas e instalaciones de trabajo a cualquier gobierno o empresa del mundo.
Una noticia escasamente sorprendente salvo por el singular matiz de que estas
se ubicarán en unas estaciones espaciales de su propiedad. Bigelow Aerospace,
que así se llama tan original empresa inmobiliaria, pretende construir una
estación espacial propia para el año 2015, la Commercial Space Station Skywalker,
a la que se podrá viajar pagando unos 7,9 millones de dólares, bastante menos
que los 30 que se vienen cobrando a los turistas que visitan la Estación
Espacial Internacional. Esta compañía afirma, ufana y sin complejos, que los
mayores obstáculos que afronta son políticos y legislativos, no de carácter tecnológico.
Si gustan visitar su web, le informarán de esta oportunidad única para pequeños
países y empresas que no necesitarán de costosos programas espaciales propios
para investigar en condiciones excepcionales. Con solo rellenar un formulario,
idéntico al que aparece en miles de portales de venta de lavadoras, camisetas,
viajes o entradas para conciertos, le atenderán sin compromiso.
Dentro de pocos años, el espacio estará
concurrido de naves y estaciones espaciales privadas, con abnegados ejecutivos,
técnicos y científicos, saltando como gráciles bailarinas en el ballet
ingrávido que dominará estos sofisticados laboratorios y viviendas. Un mundo
inexplorado que ya está ocurriendo mientras por aquí se reduce el acceso a los recursos
más elementales asociados al bienestar y el avance del conocimiento. Un nuevo paso
que obligará por fin a nuevas instituciones internacionales más eficaces y
poderosas que las actuales. Pero, sobre todo, un gran salto para empequeñecer desde
la distancia los conflictos, mezquindades y viejas desigualdades que hoy
flagelan a la humanidad, gracias a la lejana perspectiva que se asomará a los
estrechos ventanales de esos inmuebles inflables que poblarán nuestra mirada
cuando la alcemos buscando en la noche las estrellas.
Es difícil, conociendo esta
realidad inminente, no recordar la película protagonizada por Matt Damon y
Jodie Foster, Elysium, en la que se nos describe un planeta Tierra superpoblado
y contaminado, que observa en la distancia un exclusivo hábitat espacial
ocupado sólo por ricos magnates. Un mundo dual más cerca del terror que de la
ciencia ficción, en el que la medicina, la educación, las viviendas, el ocio o
la felicidad, dependen exclusivamente de la renta económica. Un orden injusto y
desigual que sin duda a cualquiera le costaría aceptar en los tiempos actuales.
Ojalá que el viaje desde la sociedad
agrícola de nuestros abuelos, a través de la salvaje experiencia bélica de
nuestros padres y de la banalidad de la generación que hoy gobierna el mundo,
hasta el presente y futuro inciertos de nuestros hijos, nos esté conduciendo hoy
a un nuevo espacio de oportunidad. Aunque la tecnología va más rápida que la
capacidad colectiva para ofrecer un mundo justo, esa posibilidad necesita superar
la soberbia institucional y el humilde reconocimiento de que el presente no
funciona bien y necesita ser reparado con urgencia. Una ocasión que pide algo
tan simple como otra mirada, o como decía uno de los personajes de esta
película, dirigiendo sus ojos hacia el maravilloso e inaccesible hábitat
espacial, “¿ves lo bonito que parece
visto desde aquí?, bueno, ahora mira como nos vemos desde allí”…
Autor: Algón Editores