jueves, 7 de mayo de 2015

ELOGIO DE LA PALABRA

El maestro Vargas Llosa afirmaba hace pocos días que si la palabra es reemplazada por la imagen peligra la imaginación, se corre el riesgo de que desaparezca la libertad, la capacidad de reflexionar e imaginar y otras instituciones como la democracia. Un riesgo que se evidencia en el vehemente gesto de aquellos tramposos agoreros que afirman algo tan exótico como que las series de televisión han venido a enterrar a la novela. Durante siglos la enseñanza de la retórica fue uno de los pilares de la educación, porque aprender el arte del razonamiento, de la crítica, de la argumentación, del contraste de opiniones, era fundamental para perseguir el conocimiento. Un método para comprender el mundo con el humilde recurso de la palabra, sin sofisticados y ortopédicos artilugios. Por desgracia, una de las herencias culturales del pasado más reciente es el ruinoso protagonismo, tan chocante como inútil en la era de internet, de confundir educación con memorizar datos, categorizar la realidad mediante sistemas preestablecidos, acumulando información a menudo innecesaria, que ha arrinconado el uso virtuoso del diálogo. Una desgracia histórica inoculada como un veneno en aquellos que se entregan sumisos al relato efímero de imágenes intrascendentes, arrobados por un mundo artificial diseñado para distracción y refugio de su propia vida.

Entre la realidad y la ficción reside algo tan perverso como lo verosímil. Estos tiempos parecen preferir que lo posible sustituya a la certeza, creando dimensiones virtuales de aspecto creíble con nefastos efectos secundarios. Desde tiempos inmemoriales, un fenómeno que parece haberse acentuado últimamente, las tiranías ofrecían apariencias para justificar su ilegítimo y abusivo poder. Con recursos tan banales como el sentido común, el “sentir” de la mayoría, lo que “pide” el pueblo, lo que “debe” ser, o la preeminencia de creencias, prejuicios, o fingidas sospechas, se construyen interpretaciones inspiradas en lo probable que se compadecen mal con la realidad. Tanto en la política, en la administración de la justicia, en las empresas, en la comunicación, el marketing, como en el entretenimiento de masas, el abuso de lo verosímil ha hecho innecesario lo cierto, para que el éxito venza a la verdad.


El silencio violento de la libertad de expresión mediante su control preventivo gracias al poder o el dinero, la práctica desaparición de la presunción de inocencia, la ambigua confusión de los mensajes públicos, o los populares dobles raseros, son desgraciados ejemplos de la debilidad de la palabra por esas triquiñuelas hipnóticas que persiguen, durante sucesivas e infinitas temporadas, la intrusión en nuestros hogares de zombis, vampiros, fantasmas y oscuros poderes, tolerada gracias a la renuncia colectiva a las reglas gramaticales básicas de una sociedad realmente libre. Las personas de honor siempre juraban con aquella fórmula tan bella de “doy mi palabra”, la entrega de lo más valioso de una persona en su compromiso y su verdad, algo hoy tan socialmente irrelevante y escaso como un libro, un debate de personas libres o un discurso creíble. Este es el inquietante riesgo de debilitar el valor y virtud de la palabra, porque, como dijo con acierto un viejo sofista griego, “es de la naturaleza vivir y morir, pero nosotros vivimos de lo que es nuestro interés y morimos de lo que no lo es”. 

jueves, 23 de abril de 2015

LA SUPERFICIE DEL FIRMAMENTO

Los grandes libros son aquellos que nunca envejecen y pueden leerse mil veces. Esos que permiten a los ojos posarse sobre su caravana de letras y descubrir emociones gracias a que la vida muda entre lecturas. Esa fabulosa magia creativa que nos sorprende cuando el reencuentro resulta diferente. Esos recuerdos de lecturas, de las sensaciones que se incrustan en la memoria, que afloran inesperadamente a la menor oportunidad. Sobre todo en la infancia, cuando nos someten a un bombardeo de fantásticas situaciones, formidables personajes, aventuras extraordinarias y emociones infinitas. Cuando leer, o incluso escuchar, se convierte en un goce que se sedimenta en capas para toda una vida. Ese devenir de los años en los que todos volvemos una y otra vez a aquellos pasajes que un día nos emocionaron, buscando de nuevo el placer de la sorpresa renovada, de un retorno a una inocencia aún inexplorada. Siempre hemos vivido engañados en una ramplona explicación de las edades del ser humano, en esa artificial división sometida al imperio de la biología, cuando en realidad la vida de ese extraño ser bípedo pensante se divide en sólo dos etapas, la expectativa y la resignación. Existir es esperar, encontrar, sorprenderse y gozar. Y por tanto leer, y por supuesto también releer, es vivir y aguardar.

Pero en esa aventura de la curiosidad, que nos invita a la relectura de textos del pasado que siempre nos esperan para revivir una emoción, es muy grato encontrar una novedad que la última vez no advertimos. Por eso interesan todos esos libros que se niegan a envejecer, para despojarnos de prejuicios cuando leemos sus páginas, para reiniciarnos en la tierra ignota que hace tiempo abandonamos y que siempre aspira a sorprendernos. Porque cada uno se reserva el inalienable derecho, imposible de verse limitado por ningún poder exógeno, de ver, sentir e intentar comprender las cosas como uno quiere en los diferentes momentos de su vida. Por eso nos gusta como editores buscar nuevos territorios, explorar ese mítico paso al noroeste que abra nuevas rutas a las emociones.

Dentro de unos pocos días las librerías acogerán un nuevo habitante transitorio sorprendentemente original. Un libro muy bello, para contemplar con sosiego, que aspira a no envejecer, devolviéndonos una historia muy antigua narrada por vez primera por su auténtico protagonista. Para asombro del lector que se adentre en sus páginas, en su inicialmente exotérico texto y las formidables imágenes que evoca, podrá encontrar sorpresas escondidas reservadas sólo para quien se acerque predispuesto para el pasmo. Una obra sobre los orígenes del universo, la vida y el ser humano. Una remota epopeya que ahora se atreve a revelar errores, tribulaciones, dudas y venganzas, nunca expuestas así. Unas páginas con hijos alados de un dios, que inseminaron a bellas mujeres humanas para que procrearan a los héroes. Narrado por un ser omnipotente que contempla un universo ocupado por aguas y que decide concentrarlas en un solo y diminuto punto para que naciera la vida. Que se ensucia las manos con barro y que despliega una defensa cromática para contener su cólera. Un lugar habitado por animales que hablan a los seres humanos, gigantes e individuos que vivían cientos de años. Con plantas que ocultaban los secretos de la vida y el conocimiento. En paraísos, ciudades y reinos perdidos. Con exterminios, crímenes, pasiones, deseos y miedos. Un sorprendente relato de antiguos y fascinantes mitos que dominaron hace miles de años la superficie entonces conocida del firmamento. Una historia que comienza con una solitaria y enigmática frase, “Yo quise que hubiera un comienzo…” 

Autor: Algón Editores



jueves, 16 de abril de 2015

UNA TEORÍA DEL FLEQUILLO

En su libro Mitologías Roland Barthes escribió que no era posible filmar una película de romanos con actores sin flequillo. No se podía concebir una varonil frente en aquella época histórica sin una exuberante superficie capilar, porque era imprescindible representar el carácter romano, con sus valores del derecho, la virtud y la conquista. Barthes añadió que los rotundos discursos, las frases para la historia, el debate de cuestiones universales, de emperadores, generales o senadores romanos, debían su credibilidad a la fortaleza y abundancia del cabello sobre la frente. A menudo las ideas y su forma de expresarse son deudoras de elementos inicialmente inapreciables o poco relevantes, que sin embargo resultan útiles para conferir verosimilitud. Como los afamados arquitectos que visten de negro en evidente contraste con sus creaciones habituales, los cantantes de románticas baladas empeñados en el disfraz de predicadores del medio oeste, los brokers financieros con camisas adornadas por unos gemelos obstinados en aporrear sin misericordia los teclados donde ejecutan las órdenes que gobiernan el mundo, los multimillonarios alérgicos al peine, o los chefs de moda que abusan de un look maoísta aunque no se aproximen a un fogón.

Pero en el extraño mundo de los escritores es complicado encontrar esas pautas tan recurrentes. Seguramente esta es la razón por la que Michel Foucault afirmara en una ocasión que uno de los principios éticos fundamentales en la escritura contemporánea es la indiferencia de quien escribe, por la libertad que el texto asume cuando abandona el dominio de su autor para adentrarse en la esfera individual de quien lee. Aunque el autor siempre está presente, el lector ocupa el espacio que se ofrece en la obra. Ya lo dijo Beckett, “qué importa quién habla, qué importa quién habla”. Foucault también dijo que uno de los cambios recientes más significativos fue el desplazamiento del protagonismo de la muerte como colofón del héroe, a una escritura ligada al sacrificio. De una obra obligada a la inmortalidad, a una escritura con derecho a matar, a ser asesina de su autor.


Un marco ético que nos convierte en los seres más sociales de la Historia, porque la identidad individual cede voluntariamente su protagonismo al espacio común donde se puede ejercer la libertad, en un mundo sin esos héroes que surgen de la fatalidad. La identidad individual es simultáneamente social, porque los perfiles se construyen a partir de comentarios colectivizados de “me gusta” o “no me gusta” o “compartir”. Cioran afirmó que por cansancio ya no necesitaba, y por tanto no le interesaba, su faceta de luchador en la que utilizaba la negación como una especie de liberación. Hoy la identidad individual necesita acompañarse de accesorios para afirmarse, porque el espacio político vive dominado por la ausencia de negación. Un espacio público que aún no ha encontrado una visión que integre ese juego de identidades sociales e individuales, para que el ser humano perciba que aún domina su destino. En las películas de romanos era unánime la ausencia del poder sin flequillo, como la sociedad actual vive dominada por muchas instituciones caducas inventadas en el pasado. Lo normal hoy es la dificultad para proponer ideas, valores, derechos, incluso virtudes públicas e individuales, sin estructuras postizas que antepongan un velo que dificulte la visión de la realidad. Precisamente un emperador representado en esculturas con rizadas barba y cabellera, el filósofo Marco Aurelio, dijo que el mundo no es más que transformación, y la vida solamente opinión. Como si en aquella época, además de peluqueros, ya conocieran las redes sociales por internet. Si es que nunca dejaremos de sorprendernos. 

Autor: Algón Editores

jueves, 9 de abril de 2015

LA SUPERFICIE DE LAS PALABRAS

Uno de los efectos más indeseables del darwinismo social inoculado en las sociedades contemporáneas es la enfermiza obsesión por la rivalidad. Algunos viven por y para esa competencia, que siempre exige vencedores y vencidos. Un fenómeno habitual en ambientes deportivos, empresariales, e incluso académicos, que por desgracia también sacude al mundo de la creación artística o literaria. Como muestran las recientes declaraciones de Michael Hirst, el guionista de series televisivas como Vikingos, en las que afirmaba ufano que “la novela está muerta. Para entender el mundo bastan internet y el video a la carta.” Un argumento tan viejo como aquellos que amenazaban, sucesivamente y sin éxito relevante, con el apocalipsis del final de los libros cuando se inventó el cine, la radio, la televisión, las tabletas o los ebooks. El sr. Hirst defiende un modelo narrativo que a su juicio no es posible encontrar hoy en una novela, apoyándose en un dudoso argumento estadístico, un libro tiene una venta media de unos pocos miles de ejemplares, mientras que una serie de televisión se emite en más cien países y la ven millones de personas. Pero en realidad no tenía necesidad de tal argumento, porque los más famosos toreros, cantantes, zascandiles o equipos galácticos de fútbol, siempre han superado en número de seguidores a cualquier novela. Para ese viaje no hacían falta estas alforjas.

Pero ya puestos a comparar en estos términos la novela con las series de televisión, se podría recurrir también al ejemplo de la fast food y la comida tradicional de calidad. Es indudable que hoy se comen más hamburguesas y pizzas en el mundo que garbanzos, lo que no justifica renunciar a lo tradicional porque pueda parecer una práctica vintage de minorías trasnochadas. Pero lo más curioso, pensando en ese argumento de la sobrevenida debilidad narrativa de la novela, es esa necesidad de sobrevalorar la absoluta linealidad (a menudo intermitente) de una serie, que además padece una extraordinaria caducidad. Pero no merece la pena enredarse en este debate. Alejémonos de esa batalla tan artificial como imaginaria, que no conduce a nada salvo a un empobrecimiento cultural innecesario. Recordemos lo que decía el inefable Nick Cave, en el magnífico documental 20.000 días en la Tierra, “al fin y al cabo no me interesa lo que entiendo bien. Lo que he escrito estos años es solo una fachada. Hay verdades que se esconden bajo la superficie de las palabras. Verdades que emergen sin avisar, como la joroba de un monstruo marino y que luego desaparecen”.


Lo importante no es el formato sino el contenido, algo que parece olvidar estos falsos profetas de los nuevos tiempos. Qué fatiga tanto dislate a costa de infantiles competiciones para la nada. Qué oportunidad perdida para un prudente silencio. Qué aburrimiento ante tan viejos debates. Pero les avisamos, nosotros a lo nuestro, inasequibles al desaliento. Publicaremos pronto una nueva novela y no tratará de fieros vikingos. Porque nos va esa marcha de la hablaba Nick Cave, esa que gusta de “crear un espacio donde la criatura pueda abrirse paso entre lo real y lo que conocemos. Ese reluciente espacio donde se cruzan la imaginación y la realidad, donde existen todo el amor, las lágrimas y la felicidad.” Y eso, para nuestra fortuna o desgracia, sólo lo sabemos hacer publicando algo tan clásico, minoritario, asequible, maravilloso y sugerente como una novela. 

Autor: Algón Editores

jueves, 5 de marzo de 2015

PHONOSAPIENS & HOMOSAPIENS

En la novela distópica de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, los bomberos tienen la misión de quemar libros por orden del Gobierno, porque su lectura mostraría a los ciudadanos que eran diferentes. Destruyendo todos los libros, el Gobierno pensaba que los ciudadanos serían forzosamente felices al considerarse iguales y así no cuestionarían su poder. En otra curiosa historia, en una de las películas del planeta de los simios, un personaje virtual encerrado en una pantalla memorizó los libros clásicos para narrarlos oralmente y así evitar la desaparición de sus contenidos tras una violenta extinción de la civilización humana. Décadas después de estas distopías, y como diría el conocido personaje de los dibus, “¿qué hay de nuevo viejo?”.

Por lo pronto el cierre de mil librerías en nuestro país el año pasado, mientras que la revista The Economist nos cuenta que, en menos de 5 años, el 80% de la población contará con un smartphone, lo que sin duda es un proceso “igualitario” global irreversible que hará a todo el mundo más feliz, pero probablemente no más culto. Además, el polémico e inquietante debate administrativo en los Estados Unidos sobre el carácter de servicio público de internet. Y también unas declaraciones de Vinton Cerf, vicepresidente de Google, sobre lo que él llama el “agujero negro de la información”, la desaparición irreversible e inevitable de millones de textos, imágenes o canciones que hoy navegan por la red, y que condena al olvido sucesivos momentos históricos. Sin duda una tragedia, no sé cómo viviremos sin una gran parte de esa esplendorosa enciclopedia contemporánea que reúne millones de imprescindibles entradas con 140 caracteres, o los brillantes textos acompañados de ese democrático “me gusta”.

Tal vez, después de décadas de sucesivas distopías, y a la vista de los más recientes acontecimientos, habría que recuperar el viejo concepto de entropía. Sí, ese olvidado segundo principio de la termodinámica, que explica que si se tira un vaso de cristal contra el suelo tenderá a romperse y esparcirse, mientras que es imposible que el vaso se construya por su cuenta cuando se arrojan al suelo trozos de cristal. Mientras nos distraen con una falsa controversia entre lo real y lo virtual, lo tangible y lo intangible, o como dicen los más finos, entre el bit y el átomo, el verdadero problema reside en los soterrados efectos de una descarnada y tecnológicamente descompensada guerra global, que se está librando entre las débiles fuerzas del sentido de lo histórico y lo reflexivo, frente a las emergentes y poderosas de lo efímero e inmediato. Cierran cientos de librerías mientras se venden millones de teléfonos, perdemos memoria digital al mismo tiempo que desaparece la analógica, consumimos alegremente sin un verdadero sentido del coste social mientras despreciamos la cruda realidad de un proceso económico global esencialmente entrópico. Un panorama tan dudoso como el de aquella escena de la película del planeta de los simios, cuando dos de sus protagonistas humanos se decían: “tenemos agua y comida para tres días”, “pero ¿cuánto dura un día?”, “buena pregunta”. 

Autor: Algón Editores 


jueves, 26 de febrero de 2015

PERSIGUIENDO UNICORNIOS

Si alguien ve el perdido unicornio azul de Silvio Rodríguez, recuerden que él ofrecía en su canción una recompensa por cualquier información sobre su paradero. El propio Silvio aclaró en una ocasión que Juan José, un hijo del poeta revolucionario Roque Dalton, que también fue herido, detenido y torturado, le contó que en las frondosas montañas de El Salvador, junto con los guerrilleros que luchaban por los humildes, trotaba un caballito azul con un cuerno. El mítico animal con cuerpo de caballo y con un cuerno en la frente, patas de antílope y barba de chivo, ha evolucionado en el tiempo hasta convertirse en un bello caballo blanco con su frente dominada por un poderoso cuerno, similar al de un narval como los que custodiaba Neruda en su isla negra, simbolizando la fuerza, la pureza y la humildad. Jessica S. Marquis ha escrito un libro, Raising Unicorns, en el que da consejos prácticos para invertir en granjas de unicornios, dirigido a inteligentes personas de negocios que saben lo que quieren. Una guía “empresarial” que sólo sirve para alcanzar los sueños mágicos, porque únicamente produce felicidad y nada de vulgares objetos materiales.

El escritor Mujica Laínez, en su obra El Unicornio, describe la historia del hada Melusina. Un hada que, por culpa de una maldición, todos los sábados transformaba su cuerpo en una serpiente con alas de murciélago. Mujica escribió que hay que ser ciego para no ver las hadas a nuestro alrededor. Nos relató que algunas soplan sobre las cabezas fatigadas de los inventores, pero que ahora están de capa caída por el auge de las máquinas electrónicas. También están las caritativas que ayudan a la gente. Las hay malas y buenas, también ricas y extravagantes que derrochan su dinero en Venecia o en los casinos de Montecarlo, y las que sacuden las mesas de espiritismo y ayudan al embrujamiento de las casas. Pero también, escribe Mujica, las que son zalameras y sensuales, que engatusan a jovencitos que ansían riquezas, muy bien vestidos para pavonearse por los halls de los hoteles internacionales. González de la Cuesta escribe en su libro La brecha, que “el Infierno en la Tierra lo están padeciendo aquellos que, noche tras noche, han de abrir los contenedores de basura para sobrevivir. Y el Cielo está arriba, entre la música electrónica que domina el ambiente tras el pianista, sonando en el frenesí de la opulencia y la riqueza desenfrenada”. Mujica tenía razón cuando escribía que las hadas malvadas y sofisticadas existen, porque es difícil encontrar otra explicación a lo que pasa en estos tiempos salvo el hechizo.

Hoy algunos viven sojuzgados por la melancolía, muchos creen que los retos de la vida les suponen una barrera infranqueable, otros viven lamentándose por esos días felices del pasado que ya no volverán, y también están los que sufren prematuramente la radical divergencia entre futuro e ilusión. Antonio Machado escribió que todo pasa y todo queda, pero como para vivir y no sólo sobrevivir es imprescindible pasar, urgen millones de granjas de unicornios, porque es apremiante volver a soñar, reivindicar la imbatible fuerza de la imaginación y librarse de los letales cantos de sirena de una sociedad tan inmoral como injusta, mientras llega la fórmula que termine con tan maldito hechizo que domina la turbia realidad.  

Autor: Algón Editores





jueves, 19 de febrero de 2015

ARMAGEDONES A LA VISTA

El Instituto para el Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford y la Fundación Retos Globales han realizado un sesudo estudio sobre las doce maneras en las que puede llegar el fin del mundo. Científicos de tan prestigiosas entidades han realizado este catálogo de eventuales  armagedones,  para advertir a los gobernantes del mundo de los riesgos que nos acecha como humanidad y así exigirles que reaccionen para evitar el advenimiento de alguna de esas catástrofes apocalípticas. Entre estas citan el impacto de un asteroide que tenga al menos 5 kilómetros de diámetro. La inteligencia artificial, porque existe la posibilidad de que máquinas más inteligentes que los humanos acaben con su vida y se hagan con el poder en la Tierra. Un volcán gigante que escupa miles de kilómetros cúbicos de letales materiales a la atmósfera. Un colapso ecológico que impida el sostenimiento de la humanidad. Una guerra nuclear mundial. Una pandemia general por un virus imparable. Un cambio climático extremo, provocado por al menos un aumento de 4ºC de la temperatura global. La ingeniería genética que desarrolle patógenos incontrolables. Y la nanotecnología aplicada en la fabricación de armas de destrucción masiva.

Hasta aquí 9 maneras de desaparecer, pero he dejado aparte deliberadamente las tres restantes que sugieren estos estudiosos, porque me parecen intelectualmente más atractivas que las anteriores. La primera es el humilde reconocimiento de estos sabios de la posibilidad de causas desconocidas hoy inimaginables, todo un alarde visionario de un profundo rigor académico. Y ahora vienen las dos mejores. El final del sistema global por una quiebra de la ley y el orden, derivada de un colapso social o económico. Y una mala gobernanza mundial por la incompetencia de los dirigentes que pululan por este planeta. Si es que ya lo dijo el filósofo Groucho Marx, que definió a la política como el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.

Yo podría sumar unas cuantas más a este preocupante listado. Por ejemplo, que una web de contactos haya alcanzado los 30 millones de miembros da que pensar. Fíjense que su archimillonario promotor asevera que ha conseguido el algoritmo del amor. Una fórmula que recurre, entre otros datos, a la afición o aversión a las películas de terror para determinar la compatibilidad de una pareja de eventuales cupidos cibernéticos. Ahora me explico tan amplias y entregadas audiencias para tanto zángano inútil haciéndose millonario gracias a las terroríficas sandeces que escupen en televisión.

Si el mundo se divide entre quienes disfrutan o rechazan el espectáculo del mal, por fin podemos entender la actitud de muchos antes esa ecuación perfecta diseñada con primor para un apoteósico final de los tiempos. Esa resultante de una combinación de terror, mala política, enormes explosiones, extrañas enfermedades, amor virtual, destrucción del planeta, decadencia social, sobrepoblación de autoridades mediocres y poder emergente de máquinas cada vez más inteligentes. Tim Burton señalaba en su Big Fish que “muchas cosas consideradas maléficas o malvadas son simplemente solitarias y carentes de exquisitez social”. Ojalá tenga razón y no acierte con sus predicciones la venerable academia oxoniense, aunque últimamente el ambiente parezca tan chungo que nos haga sospechar. Eso pasa por fijarse en lo que no se debe, teniendo tan a la mano el ratón del ordenador o el mando a distancia de la televisión. Es que no tenemos arreglo, tanto leer, tanto leer…

Autor: Algón Editores

jueves, 5 de febrero de 2015

FALTA DE QUÓRUM

Hace cinco años, en un frío día de diciembre de la ciudad de Washington, un representante de Vermont pronunció en el Senado norteamericano, durante ocho horas y media, un discurso histórico. El debate versaba sobre el proyecto de ley, consensuado entre los demócratas de Obama y los republicanos, para aumentar los recortes fiscales a las grandes fortunas. Bernie Sanders, el político independiente con escaño parlamentario más longevo de aquel país, se opuso con aquel discurso a la propuesta legislativa, describiendo los problemas de los trabajadores y de la clase media, el dominio de la política por las corporaciones empresariales, la creciente desigualdad entre los ciudadanos y la necesidad de un gran cambio en las prioridades nacionales. Sanders explicó como un meticuloso cirujano, con rigurosos datos y estadísticas, la demoledora radiografía de la sociedad contemporánea.

Mientras el silencio acompañaba a Sanders en aquella solemne sala, una formidable agitación empezó a crecer fuera de aquellas paredes. Miles de personas se interesaron por lo que estaba ocurriendo en el Senado. Se colapsó la señal televisiva que retransmitía en directo el debate parlamentario, los teléfonos de los colaboradores de Sanders se bloquearon y también se atascó el servidor oficial por la avalancha de miles de correos electrónicos dirigidos al veterano senador. Obama forzó una improvisada rueda de prensa con Bill Clinton para distraer la atención de aquel discurso, pero fue inútil, el aluvión seguía. Miles de personas se hicieron amigas de Sanders en Facebook en pocas horas y, según el New York Times, este discurso ha sido el más tuiteado de la historia. Un éxito social y mediático que, sin embargo, no evitó la victoria parlamentaria de aquel nefasto proyecto legislativo.

Sanders ha declarado que aquel esfuerzo no fue inútil, porque la respuesta masiva a su discurso le hace tener esperanza. Y que si sus palabras han servido para educar a las personas, contra esa parte más obscena de la política que sólo favorece a los ricos y a los poderosos, sin duda han merecido la pena. En su libro “Otro Gobierno”, César Calderón seguramente advirtió la importancia de este tipo de gestos, cuando escribió que una de las posibles soluciones para nuestros problemas es “atrevernos a comenzar a utilizar lo que los anglosajones llaman Thinking outside the box, es decir, pensar de forma diferente, poco convencional y desde una nueva perspectiva, analizando nuestra sociedad en base a lo que es, evitando los apriorismos y trazando posteriormente soluciones reales a los problemas existentes”. Tal vez haya llegado el momento de dejar de prestar atención a los que están obsesionados con el poder y a cambio exigir que nos expliquen con claridad qué hacer con él. Tal vez así no nos pase como a Sanders, que terminó su discurso de ocho horas y media con una desconsolada frase lapidaria,“tras todo esto, cedo la palabra, pero creo que tenemos falta de quórum”.

Autor: Algón Editores

jueves, 29 de enero de 2015

UNA TIRITA SOBRE EL ALMA

Sostiene Daniel Ter, en sus Memorias de un asesino a sueldo, que “Edison era un capullo”. Y sigue escribiendo, “¿por qué estoy hablando de este tío? La bombilla. Por lo visto hizo más de mil pruebas hasta dar con un material adecuado para usar como filamento. Y solía decir que más que descubrir uno que funcionase, encontró novecientos noventa y nueve que no lo hacían. Lo que me lleva a pensar que las cosas malas suceden más a menudo que las buenas. Y que solo el optimismo genético nos impide verlo. Optimistas por naturaleza. Está asociado a la supervivencia de la especie. Si no, nos hubiéramos extinguido hace tiempo.” 

Este desconcertante asesino profesional se pregunta, además, si los individuos son malos o buenos por naturaleza, por algún designio divino, o, por el contrario, no es más que un humano acto de orgullo creer que eso depende de uno. Un asunto que viene de antiguo, porque ya San Pablo dejó dicho “oh, hombre! Pero ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios? Acaso la pieza de barro dirá a quien la modeló ¿Por qué me hiciste así?”. El filósofo Byung-Chul Han se pregunta, (la guinda del pastel), “¿queremos ser realmente libres? ¿Acaso no hemos inventado a Dios para no tener que ser libres? Frente a Dios todos somos culpables”. Un formidable enredo, porque si es voluntad divina para qué contradecirle, y si no lo es, como dice nuestro asesino de cabecera, “¿dónde está el puto libro de instrucciones?”.

Pues está la cosa animada esta semana. Y para remate del tomate, Han afirma que “vivimos una fase histórica especial en la que la libertad misma da lugar a coacciones. El deber tiene un límite. El poder hacer, por el contrario, no tiene ninguno”. Ahora consigo explicarme esta tormenta perfecta de la penosa sociedad del siglo XXI. Tanto pensar en la remota infancia que esta nueva era vendría animada por platillos volantes, pollo asado en píldoras y marcianos invasores, para ahora, unas décadas después, intuir que no somos más que unos miserables esclavos de la vanidad humana, porque al parecer se puede hacer todo y de todo, menos lo que se debe.

Confirma esa tesis Daniel Ter, cuando afirma que “las revistas de tíos hacen que piense que el mundo me debe algo: hay quien acata las reglas y quien pasa de ellas, hay quien espera a que se lo cuenten y quien prefiere probarlo él mismo.” Pero nuestro asesino concluye, “no pillo la tuerca. ¿De qué va en el fondo todo esto? ¿Afirmación personal? ¿Qué eres un ser superior? ¿Qué estás en la punta de su pirámide alimenticia y que diez mil años de teoría darwinista corren por tus venas? ¿Es algo de eso? ¿O es simplemente que eres bobo?” Su respuesta es lapidaria e inquietante, “es inútil poner una tirita sobre un alma enferma”. Hacer, cambiar, gozar, emprender, corregir, aprender, amar, luchar, comprender, bellos y difíciles verbos. Pero ya saben, el principio fue el verbo. Por si acaso, y mientras se aclaran, no “hagan” un Edison y aprendan el consejo que nos da nuestro asesino, “nunca comas donde los menús tengan fotos de la comida y nunca te quedes en una fiesta el tiempo necesario para que te pidan que ayudes a recoger”. Es que nunca escarmentamos.

Autor: Algón Editores

jueves, 22 de enero de 2015

COPIAR, TRANSFORMAR Y COMBINAR

Descontados los ardores de salón de aquellos empeños radicales que pretendían en el pasado cambiar el mundo, ni siquiera los ánimos alcanzan ahora, en el mundo cultural patrio, para abrazar la filosofía que emana de fenómenos como la economía colaborativa, la democratización del acceso en contraposición a la posesión, o la generación de pequeños ecosistemas en los que compensar los problemas de una sociedad de coste marginal cero. Esos nuevos procesos que apuntan a cambios profundos, pero que encuentran un sospechoso silencio en nuestro reino cultural habitado por viejos y desconfiados hidalgos, bastante hambrientos y algo envidiosos, pero siempre dignos.  

Nosotros queremos romper una lanza por esos tiempos que vienen, somos así de atrevidos. Hoy escribimos sobre libros de la llamada “competencia”, (qué cosa más ridícula, como si eso existiese en esta época de aridez cultural). Queremos citar obras que nos gustan, pero que no salen en los rankings habituales. Como la monumental “El Muro de hierro”, de editorial Almed, el mejor libro publicado sobre el conflicto palestino israelí. La pedagógica lucidez de “El grafiti de firma”, publicado por Minobitia, que nos ayuda a entender los nuevos lenguajes tan distantes de las editoriales convencionales. Cómo olvidar el impacto que nos causó “Historias inverosímiles, en general”, de Alasdair Gray, de Rayo Verde. Esa inquietante mirada a nuestras raíces más oscuras, en el ebook “El caso de la mano perdida”, de Sinerrata. También libros de más allá de nuestras fronteras administrativas, como “Verde que me muero”, de FB Libros. Esas obras que nosotros no hemos publicado, pero que por fortuna si lo han hecho los que compiten con nosotros por el pequeño hueco en el expositor del librero. También queremos hablar de un libro que hemos adoptado. (¡Hemos inventado la adopción de libros! ¡Y usted también puede!, anímese y apadrine libros que le gustan para que los lean la gente que quieren). Hablamos de “El fémur de Eva”, de Fani Grande, de #CientoCuarenta. Cómo no caer rendidos ante las pequeñas joyas contenidas en el libro, como ¿Por qué mueren los polumbis?, o Elogio del monosílabo, Planeta clítoris, Macondo sin sol o Vivir en San Olaf. Compren el libro, aquí no somos capaces de expresar en tan pocas líneas la violenta lucidez de ese monumento cívico a la inteligencia.

Los norteamericanos más listos dicen que vivimos una era cultural del “remix”, ese concepto acuñado en el mundo de la música que explica el proceso creativo como una “remezcla”, ese canon interactivo consistente en “copiar, transformar y combinar”. Nosotros, para que no digan que no estamos a la última, hemos intentado hacerlo hoy con algunas ideas ajenas, como siempre con una enorme hambre de nuevos aires, y con el recurso a eso que Fani llama un "escrache literario", ese que "únicamente se recomienda hacer con libros que se hayan disfrutado terriblemente”, como estos pocos libros de otras editorialesSeguramente no somos más que unos cándidos transgresores dopados con romanticismo, como nuestra admirada Fani cuando afirma que “a las cuevas del alma se llega mejor con una caricia que con una crítica”. 

Autor: Algón Editores

jueves, 15 de enero de 2015

LABERINTO DE ESPEJOS

Mientras los grandes veleros se alejaban de la costa cuando la mañana balbuceaba temprano, en el muelle se repartían los carruajes solitarios enganchados a caballos que resoplaban impacientes. Sobre sus adoquines bañados por la lluvia reposaban inmóviles y huérfanos los baúles, muebles, libros y cuadros abandonados por sus dueños. Sobre la cubierta de los navíos que enfilaban hacia el horizonte se agitaban inquietos los rostros desencajados, los llantos contenidos, las miradas ausentes y las carreras inocentes de los niños. Sus ilustres pasajeros, dominados por el pánico en su desordenado aluvión humano hasta alcanzar el refugio flotante, viajaban sólo con la ropa puesta, muy lujosa, adornada con encajes, brocados con oro, sedas, volátiles gasas y voluminosas joyas. Tras siete semanas de travesía vestían miserables andrajos. Al llegar a su destino no eran más que una aparición fantasmagórica, una colmena macilenta de cráneos rapados por las plagas de diminutos agresores, habitada por enfermos, hambrientos y seres silenciosos de ojos sombríos. Aquel viaje fue la huida masiva de todo un régimen. Cuando las tropas napoleónicas cercaban Lisboa en 1807, la familia real portuguesa, embarcada junto con otros 10.000 pasajeros en una precaria flota, entre los que había ministros, burócratas, clérigos, criadas, cocineros, aristócratas, doncellas, mayordomos, la mayoría con sus familias, huyó de la furia del pequeño corso, trasladando la Corte y el gobierno nacional de Lisboa a Río de Janeiro.

Durante 13 años aquella monarquía, devenida tropical, se enfrentó a la cruda existencia de sus propios fantasmas coloniales, ahíta de esclavos y terratenientes, en un inmenso paraíso atiborrado de jugosas frutas y provechosos minerales. Cercanos pero indiferentes a su nueva realidad, las intrigas palaciegas se multiplicaban en una Corte seducida por la exuberancia local y la pereza del retorno. A pesar de la lección del obligado exilio y la fatalidad de sus pérdidas en el lejano muelle de su patria, el poder, con sus venales instrumentos humanos, seguía inmutable gracias a la réplica artificial de su tradición palaciega.

Aquella corte que orillaba el exilio a miles de kilómetros, pero que reproducía inalterable sus peores costumbres, enseña lo difícil que le resulta al poder aprender de lo inmediato y lo fácil que le supone adaptarse a cualquier medio y circunstancia por adversos que sean. Al recordar aquel antiguo éxodo institucional, y ahora que la contienda electoral se aproxima y las cuchillas se afilan, se puede aprender que da igual que el poder y su ecosistema estén cercanos o alejados de la vida real, porque algunas de sus peores leyes parecen inmutables. Los hábitos dominan a las razones, los contrastes vencen a las iniciativas, las pasiones al conocimiento, la herencia a la capacidad, la afinidad a la propuesta, la ubicación a las ideas, en un laberinto de espejos, donde la realidad se esconde donde nunca se encuentra, mientras su huidiza apariencia se multiplica miles de veces hasta confundir. En su libro Democracia Hacker, César Ramos escribe que tarde o temprano las crisis pasan, y los políticos dejan de ser considerados como uno de los principales problemas de los ciudadanos. Pero ahora, a punto de comenzar el espectáculo democrático de la oferta y la demanda, resultaría insoportable un juego del gato y el ratón entre política y realidad. Se necesitan con urgencia más ideas, imaginación e ilusión, y sobran empujones e inercias, sobre todo porque este país no tiene a su alcance remotos ultramares donde refugiarse, mientras los que vienen del norte consolidan su conquista. 

Autor: Algón Editores

jueves, 8 de enero de 2015

TAMBIÉN SOMOS CHARLIE

Somos una editorial independiente, unos humildes defensores de la libertad frente a la violencia que pretende el silencio impuesto y sin razones. Defendemos el poder de la palabra frente al fuego que escupen las armas. Por eso, horrorizados por el cruel atentado en París, reivindicamos con más fuerza que nunca, frente a los fanáticos, el derecho irrenunciable a la libertad de expresión. Los terroristas han fallado estrepitosamente el objetivo, de nuevo, porque su infame acto reafirma el anhelo permanente de libertad y dignidad. No serán los exaltados integristas quienes conduzcan el mundo hacia el futuro, por mucha sangre que quieran derramar. No callarán las ideas aunque ejecuten a las personas.

Y además tuvo que ser precisamente sobre suelo parisino donde cometieron su bárbaro atentado, sobre los mismos adoquines que algún día pisaron Voltaire, Zola, Baudelaire, Camus o Cortázar.  Esos salvajes no entienden nada. No comprenden que no se puede envolver la ciudad de la luz con el manto tenebroso de la violencia y el odio. Ignoran que el pasado, el presente y el futuro no les pertenecen y nunca les pertenecerá, porque la cultura, la democracia, la ciudadanía, la tolerancia, la ternura y algo tan humano como la indulgencia ante otro ser humano, no se pueden destruir con muertes inútiles. La partida la tienen perdida de antemano por muchas atrocidades que quieran cometer.

Un atentado que ha ocurrido a principios de 2015, precisamente a pocos días del aniversario de un hito histórico fundamental en los derechos humanos. El próximo 31 de enero se van a cumplir 150 años de la votación de la Decimotercera Enmienda de la Constitución norteamericana que abolió la esclavitud. Una victoria de la decencia moral frente a los extremistas, que además tuvo el formidable mérito de acordarse en medio de una guerra civil sangrienta. Una de las gestas más brillantes de la historia del ser humano, obra de un parlamento emanado de una revolución que venció a las trabas de aquellos fanáticos que asustaban con el caos para evitar lo inevitable, el final de algo tan inaceptable e inmoral como la esclavitud. Los mismos exaltados que advertían de los riesgos del derecho al voto para los antiguos esclavos o para la mujer. Los mismos que asesinaron a Lincoln, pero que no pudieron evitar el final de la opresión legal del hombre por el hombre con la excusa del color de la piel. Los mismos que sustituyen la palabra por las armas cuando saben que nunca alcanzarán la victoria y sólo les queda el daño, la agresión, el asesinato. Un pasado y un presente que se entrelazan para recordarnos y devolvernos la certeza del progreso de la humanidad, que no puede amordazarse con el recurso a la violencia, a las armas, a la amenaza, al chantaje. Esos viejos e inútiles hábitos de quien tiene miedo, de quien vive preso del temor al presente y al futuro, de quien se siente débil ante un buen argumento o un simple razonamiento, de quien tiene pánico al diálogo pacífico y a la crítica, de quien se siente asustado por un libro o una revista, de quien se sabe acorralado porque conoce la fatalidad de su derrota.


La violencia siempre vive rodeada de gritos, dolor, tragedia y estupidez, mientras que la fiesta de la humanidad sobrevive a través de los siglos, a menudo con la sangre derramada de sus héroes, superando y venciendo a los intransigentes. Por eso hoy tenemos que recordar y proclamar que la violencia no puede vencer las legítimas aspiraciones de libertad del ser humano. Por eso hoy, desde la humildad y el respeto, esta pequeña editorial quiere ser parte del clamor enardecido que recorre las calles de París y de medio mundo. Con orgullo y pesar, con el corazón encogido, con la firmeza de nuestra convicciones, con el recuerdo de las víctimas, también nosotros 

Je suis Charlie. Nous sommes Charlie.

Autor: Algón Editores