Hace cinco años, en un frío
día de diciembre de la ciudad de Washington, un representante de Vermont pronunció
en el Senado norteamericano, durante ocho horas y media, un discurso histórico.
El debate versaba sobre el proyecto de ley, consensuado entre los demócratas de
Obama y los republicanos, para aumentar los recortes fiscales a las grandes fortunas.
Bernie Sanders, el político independiente
con escaño parlamentario más longevo de aquel país, se opuso con aquel discurso
a la propuesta legislativa, describiendo los problemas de los trabajadores y de
la clase media, el dominio de la política por las corporaciones empresariales, la
creciente desigualdad entre los ciudadanos y la necesidad de un gran cambio en
las prioridades nacionales. Sanders explicó como un meticuloso cirujano, con rigurosos
datos y estadísticas, la demoledora radiografía de la sociedad contemporánea.
Mientras el silencio acompañaba
a Sanders en aquella solemne sala, una formidable agitación empezó a crecer fuera
de aquellas paredes. Miles de personas se interesaron por lo que estaba
ocurriendo en el Senado. Se colapsó la señal televisiva que retransmitía en
directo el debate parlamentario, los teléfonos de los colaboradores de Sanders se
bloquearon y también se atascó el servidor oficial por la avalancha de miles de
correos electrónicos dirigidos al veterano senador. Obama forzó una improvisada
rueda de prensa con Bill Clinton para distraer la atención de aquel discurso, pero fue inútil, el aluvión seguía. Miles de personas se
hicieron amigas de Sanders en Facebook en pocas horas y, según el New York
Times, este discurso ha sido el más tuiteado de la historia. Un éxito social y
mediático que, sin embargo, no evitó la victoria parlamentaria de aquel nefasto proyecto
legislativo.
Sanders ha declarado que aquel
esfuerzo no fue inútil, porque la respuesta masiva a su discurso le hace tener
esperanza. Y que si sus palabras han servido para educar a las personas, contra
esa parte más obscena de la política que sólo favorece a los ricos y a los
poderosos, sin duda han merecido la pena. En su libro “Otro Gobierno”, César Calderón seguramente advirtió la
importancia de este tipo de gestos, cuando escribió que una de las posibles
soluciones para nuestros problemas es “atrevernos
a comenzar a utilizar lo que los anglosajones llaman Thinking outside the box,
es decir, pensar de forma diferente, poco convencional y desde una nueva
perspectiva, analizando nuestra sociedad en base a lo que es, evitando los
apriorismos y trazando posteriormente soluciones reales a los problemas
existentes”. Tal vez haya llegado el momento de dejar de prestar atención a
los que están obsesionados con el poder y a cambio exigir que nos expliquen con
claridad qué hacer con él. Tal vez así no nos pase como a Sanders, que terminó
su discurso de ocho horas y media con una desconsolada frase lapidaria,“tras todo esto, cedo la palabra, pero creo que tenemos falta de quórum”.
Autor: Algón Editores
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