Como en un truco de magia,
la distracción sirve al engaño. Nos pasamos media vida fijando la atención en
situaciones que por desgracia nos ocultan aquello que debiera ser advertido con
mayor interés. A menudo nos envuelven con tramas, enredos, escenificaciones,
engaños y provocaciones, que tienen la dudosa virtud de camuflar
comportamientos dominados por algo tan viejo y tan simple como la codicia, la ambición,
la envidia o la traición. Lean o escuchen cualquier noticia de estos días y
piensen en ello. Se suceden siglos, generaciones, geografías, siempre protagonizados
por infinitas reproducciones de esos vicios tan humanos como una maldición
perpetua. Esa, a la que algunos le suman una morbosa fascinación por su oscura
contemplación, ayudados por un confuso universo de matices.
Tal vez no exista obra
literaria que mejor lo refleje que Otelo
de William Shakespeare. Es muy significativo que el maligno personaje de
Yago tenga más parlamentos que el propio protagonista, el moro de Venecia, convirtiendo
así esta historia fatal de celos en una brillante teoría de la miseria humana. Un
relato que disecciona esos oscuros mecanismos por los que una solitaria
ambición de poder puede provocar una tragedia. Como decía Rodrigo en Otelo, esa
“receta para morir cuando la muerte es
nuestro médico”. Con motivo de una nueva representación en Londres de esta
obra, el actor Rory Kinnear ha declarado en una entrevista que a todo el mundo le
fascina el personaje de Yago, porque “coloca a la audiencia en una posición en
la que les gustaría detenerlo, para que las cosas pudieran seguir hacia delante”.
Pilar Velasco, en su prólogo
del libro #DemocraciaHacker, escribe que “como la fuerza del giro de la
sociedad y gobiernos es imparable, para evitar que el eje se fracture y salten
por los aires ambas partes qué mejor que ponerse manos a la obra”. Y para
empezar, una vez superado el interés morboso por distracciones como esas leyes
bienintencionadas que sirven a intereses contrarios a su propósito, esos monólogos
públicos que contradicen su propia excusa, los soliloquios para eludir la
verdad, sofismas para ocultar la incapacidad, ruidos artificiales para impedir
la armonía de la normalidad, o el embeleso por la fatalidad que merodea al
famoso de turno o al poderoso de antaño, ha llegado el momento de trabajar
contra el riesgo de un destino aciago para una sociedad con problemas.
En una ocasión Yago le dice
a Rodrigo “sois uno de esos hombres que
no servirían a Dios si el diablo se lo ordenara”. A lo que tercia Brabancio
“¡Eres un villano!”, respondiendo Yago
“y vos…sois un senador”. Pero más
allá de excesivas analogías, el cinismo cómplice lo expresa Emilia, otro
personaje de esta obra, cuando afirma que “¡bah!
La iniquidad no es una iniquidad sino para vuestro mundo, y temiendo al mundo
por haberla cometido, no sería iniquidad en un mundo vuestro, lo que os
permitiría bien pronto repararla”. Tras tanta bajeza moral, Desdémona
suspiraba porque el cielo le inspirara “costumbres
que permitan no extraer mal del mal, sino mejorarme por el mal”.Porque a
pesar de tanta distracción, esta sociedad está saturada de chapuceros trucos de
magia y le sigue fascinando esa posibilidad de evitar lo que no funciona bien para
que las cosas sigan hacia delante. Y nada mejor que las palabras del propio
Otelo, en el Acto III, para evitar esos fútiles aturdimientos, “no, Yago,
será menester que vea, antes de dudar; cuando dude, he de adquirir la prueba; y
adquirida que sea, no hay sino lo siguiente..".
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