En el último libro que
escribió Ludwig Wittgenstein, Observaciones sobre los colores, se puede leer
que “en el cine a veces se pueden ver los sucesos de la película como si
estuvieran detrás de la pantalla y como si ésta fuera transparente, algo así
como una vitrina”. Ludwig prosigue afirmando que “se podría pensar que estamos
imaginando una vitrina a la que podríamos llamar blanca y transparente. Y, sin
embargo, no nos atrae llamarla de ese modo”. “Tal vez diríamos de una vitrina
verde: le da color a las cosas que están detrás de ella, sobre todo al blanco
que está detrás de ella”. “¿Se diría de mi vitrina ficticia del cine que le da
a las cosas que están detrás de ella una coloración blanca?”. Según la Wikipedia, “el blanco es
un color acromático, de claridad
máxima y de oscuridad nula” (sic), que habitualmente simboliza en occidente la
pureza, la inocencia, la paz e incluso la castidad de una dama, pese a que en
otros países se asocie al luto. Un consenso tan amplio como
sospechoso, sobre todo al conocer que, según la mayoría de los científicos bien
informados, en el cosmos la energía oscura supone el setenta por ciento
de todo lo que existe, mientras que la materia conocida no supone más que el
cinco por ciento y el resto es la también misteriosa materia oscura.
Es más que probable que
hasta ahora hayamos vivido bastante engañados, cómodamente instalados en las
butacas de un cine global, atiborrados de grasas saturadas y azúcares
adictivos, en el que un filtro unidimensional nos blanqueaba la visión con una
realidad artificial. Además, parece ser que por culpa de la atracción
gravitatoria el cosmos estaría frenándose. Si es que no ganamos para sustos, el
universo se desacelera y la oscuridad domina la mayor parte del espacio. Eso
podría explicar qué está pasando, porque no es normal tanta mala noticia, tanto
desgobierno, parlamento liviano, economía atrapada, carencia de ideas y ánimos
por los suelos. Todo se debía a una poderosa fuerza cósmica extraterrestre. Esa
que alienta tanta oscura monocromía. Ese empacho de pensamiento único, esa
concentración universal de gustos y costumbres, esos monopolios culturales,
esas megacorporaciones sin alma y sin patria, ese vértigo por el disidente, ese
incordio del diferente, ese temor por el pequeño díscolo, esa paz en la mentira
institucionalizada y tan excesiva recurrencia de indignas derrotas.
Como aquella vieja canción
que se titulaba “de colores”, que en una de sus estrofas afirmaba osadamente
“son colores, son colores de gente que ríe, y estrecha la mano. Son colores,
son colores de gente que sabe de la libertad”.Porque ahora entiendo que el
ansia de justicia, la noble empresa de la igualdad, el anhelo de libertad, el
deber de la equidad, el valor de la fraternidad, componen ese cinco por ciento
de materia que conspira contra la oscuridad. Ese modesto policromo
radical, humano, penoso, visible, que se arriesga, que distorsiona, que
confunde, como esa vitrina verde que da color al blanco que se oculta tras
ella.
Autor: Algón Editores
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