El
Instituto para el Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford y la Fundación
Retos Globales han realizado un sesudo estudio sobre las doce maneras en las
que puede llegar el fin del mundo. Científicos de tan prestigiosas entidades han
realizado este catálogo de eventuales armagedones,
para advertir a los gobernantes del
mundo de los riesgos que nos acecha como humanidad y así exigirles que
reaccionen para evitar el advenimiento de alguna de esas catástrofes apocalípticas.
Entre estas citan el impacto de un asteroide que tenga al menos 5 kilómetros de
diámetro. La inteligencia artificial, porque existe la posibilidad de que
máquinas más inteligentes que los humanos acaben con su vida y se hagan con el
poder en la Tierra. Un volcán gigante que escupa miles de kilómetros cúbicos de
letales materiales a la atmósfera. Un colapso ecológico que impida el
sostenimiento de la humanidad. Una guerra nuclear mundial. Una pandemia general
por un virus imparable. Un cambio climático extremo, provocado por al menos un
aumento de 4ºC de la temperatura global. La ingeniería genética que desarrolle
patógenos incontrolables. Y la nanotecnología aplicada en la fabricación de armas
de destrucción masiva.
Hasta
aquí 9 maneras de desaparecer, pero he dejado aparte deliberadamente las tres
restantes que sugieren estos estudiosos, porque me parecen intelectualmente más
atractivas que las anteriores. La primera es el humilde reconocimiento de estos
sabios de la posibilidad de causas desconocidas hoy inimaginables, todo un
alarde visionario de un profundo rigor académico. Y ahora vienen las dos
mejores. El final del sistema global por una quiebra de la ley y el orden, derivada
de un colapso social o económico. Y una mala gobernanza mundial por la
incompetencia de los dirigentes que pululan por este planeta. Si es que ya lo
dijo el filósofo Groucho Marx, que definió a la política como el arte de buscar
problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los
remedios equivocados.
Yo podría
sumar unas cuantas más a este preocupante listado. Por ejemplo, que una web de
contactos haya alcanzado los 30 millones de miembros da que pensar. Fíjense que
su archimillonario promotor asevera que ha conseguido el algoritmo del amor. Una
fórmula que recurre, entre otros datos, a la afición o aversión a las películas
de terror para determinar la compatibilidad de una pareja de eventuales cupidos
cibernéticos. Ahora me explico tan amplias y entregadas audiencias para tanto
zángano inútil haciéndose millonario gracias a las terroríficas sandeces que
escupen en televisión.
Si
el mundo se divide entre quienes disfrutan o rechazan el espectáculo del mal, por
fin podemos entender la actitud de muchos antes esa ecuación perfecta diseñada
con primor para un apoteósico final de los tiempos. Esa resultante de una combinación
de terror, mala política, enormes explosiones, extrañas enfermedades, amor
virtual, destrucción del planeta, decadencia social, sobrepoblación de autoridades
mediocres y poder emergente de máquinas cada vez más inteligentes. Tim Burton señalaba
en su Big Fish que “muchas cosas consideradas maléficas o malvadas son
simplemente solitarias y carentes de exquisitez social”. Ojalá tenga razón y no
acierte con sus predicciones la venerable academia oxoniense, aunque
últimamente el ambiente parezca tan chungo que nos haga sospechar. Eso pasa por
fijarse en lo que no se debe, teniendo tan a la mano el ratón del ordenador o el
mando a distancia de la televisión. Es que no tenemos arreglo, tanto leer,
tanto leer…
Autor: Algón Editores
No hay comentarios:
Publicar un comentario