Sostiene
Daniel Ter, en sus Memorias de un asesino a sueldo, que “Edison era un capullo”. Y sigue escribiendo, “¿por qué estoy hablando de este tío? La bombilla. Por lo visto hizo
más de mil pruebas hasta dar con un material adecuado para usar como filamento.
Y solía decir que más que descubrir uno que funcionase, encontró novecientos
noventa y nueve que no lo hacían. Lo que me lleva a pensar que las cosas malas
suceden más a menudo que las buenas. Y que solo el optimismo genético nos impide
verlo. Optimistas por naturaleza. Está asociado a la supervivencia de la especie.
Si no, nos hubiéramos extinguido hace tiempo.”
Este desconcertante asesino profesional
se pregunta, además, si los individuos son malos o buenos por naturaleza,
por algún designio divino, o, por el contrario, no es más que un humano acto de
orgullo creer que eso depende de uno. Un asunto que viene de antiguo, porque ya
San Pablo dejó dicho “oh, hombre! Pero ¿quién
eres tú para pedir cuentas a Dios? Acaso la pieza de barro dirá a quien la
modeló ¿Por qué me hiciste así?”. El filósofo Byung-Chul
Han se pregunta, (la guinda del pastel), “¿queremos
ser realmente libres? ¿Acaso no hemos inventado a Dios para no tener que ser
libres? Frente a Dios todos somos culpables”. Un formidable enredo, porque si
es voluntad divina para qué contradecirle, y si no lo es, como dice nuestro
asesino de cabecera, “¿dónde está el puto
libro de instrucciones?”.
Pues
está la cosa animada esta semana. Y para remate del tomate, Han afirma que “vivimos una fase histórica especial en la
que la libertad misma da lugar a coacciones. El deber tiene un límite. El poder
hacer, por el contrario, no tiene ninguno”. Ahora consigo explicarme esta
tormenta perfecta de la penosa sociedad del siglo XXI. Tanto pensar en la remota
infancia que esta nueva era vendría animada por platillos volantes, pollo asado
en píldoras y marcianos invasores, para ahora, unas décadas después, intuir que
no somos más que unos miserables esclavos de la vanidad humana, porque al
parecer se puede hacer todo y de todo, menos lo que se debe.
Confirma
esa tesis Daniel Ter, cuando afirma que “las
revistas de tíos hacen que piense que el mundo me debe algo: hay quien acata
las reglas y quien pasa de ellas, hay quien espera a que se lo cuenten y quien
prefiere probarlo él mismo.” Pero nuestro asesino concluye, “no pillo la tuerca. ¿De qué va en el fondo todo
esto? ¿Afirmación personal? ¿Qué eres un ser superior? ¿Qué estás en la punta de
su pirámide alimenticia y que diez mil años de teoría darwinista corren por tus
venas? ¿Es algo de eso? ¿O es simplemente que eres bobo?” Su respuesta es
lapidaria e inquietante, “es inútil poner
una tirita sobre un alma enferma”. Hacer, cambiar, gozar, emprender, corregir,
aprender, amar, luchar, comprender, bellos y difíciles verbos. Pero ya saben,
el principio fue el verbo. Por si acaso, y mientras se aclaran, no “hagan” un Edison
y aprendan el consejo que nos da nuestro asesino, “nunca comas donde los menús tengan fotos de la comida y nunca te quedes
en una fiesta el tiempo necesario para que te pidan que ayudes a recoger”. Es
que nunca escarmentamos.
Autor: Algón Editores