jueves, 3 de enero de 2013

REIR POR NO LLORAR


Durante más de ochocientos años, hasta bien entrado el siglo XX, en muchas iglesias de toda Europa se practicaba el risus paschalis. Una costumbre que consistía en la teatralización de diversas situaciones por parte del sacerdote para levantar el ánimo y provocar la risa de los feligreses, y de paso fomentar la asistencia a las celebraciones litúrgicas. En aquellas escenificaciones que se realizaban dentro del recinto sagrado se animaba a los asistentes a bailar, comer, cantar, a reírse con situaciones procaces de marcado acento sexual, e incluso a disfrutar con la ridiculización de personajes notables de la villa. El Concilio de Toledo de 1473 se lamentaba de esos espectáculos teatrales, máscaras, monstruos, poesías lascivas y sermones cómicos, que alteraban el ambiente mientras se celebraban los sagrados oficios. Aunque allá por 1984 el teólogo Joseph Ratzinger se refería en uno de sus libros al risus paschalis y afirmaba “pero ¿acaso no es espléndido y perfectamente lógico que la risa se haya convertido en símbolo litúrgico?”
Aunque la más conocida experta mundial de este fenómeno, la teóloga italiana Jacobelli, argumentó que “cada categoría o especie de risa es propia de los pueblos que se encuentran en una fase determinada de su desarrollo económico y social”, nunca nos aclaró si la risa era un placebo propio de un subdesarrollo histórico o el gozoso arte de vivir en una época benigna. A la vista de tan escasos motivos para reírse en los tiempos que corren, ante tanta penuria y supresión de un bienestar histórica y trabajosamente alcanzado, se puede afirmar sin temor al error que nuestro malhumor debe ser efecto de la era subdesarrollada en la que vivimos.
Ahora toca contemplar aquello de Caritas Nunquam Excidit, la caridad nunca muere, que decía un joven presbítero en la novela de Luis Saldaña Silencio en el convento. Esa beneficencia redescubierta en este siglo que acaba de nacer y que nos invita a situaciones cotidianas más propias del NODO que de una sociedad posmoderna. Dado que las protestas de poco sirven, tal vez la terapia que nos reanime tenga que venir de la risa, la burla, el recreo intelectual con la obscenidad de la situación, o la reivindicación de la máscara y la representación ante tanto desaguisado institucional e intelectual. Como en otros tiempos, la fuga de los feligreses ha de evitarse con dosis intensivas de imaginación, ironía, duda, parodia, relativización, ingesta suficiente y desconfianza mental, porque tanto exceso de pensamiento único sólo puede llevarnos a una intolerancia que nos tumbe camino de las urgencias fatalmente de moda, esas privadas, copagadas o subcontratadas. Ahora mismo me voy a ver los informativos de la tele o los periódicos, a ver si me da la risa.

Autor: Algón Editores



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