Durante más de ochocientos
años, hasta bien entrado el siglo XX, en muchas iglesias de toda Europa se
practicaba el risus paschalis. Una costumbre que consistía en la
teatralización de diversas situaciones por parte del sacerdote para levantar el ánimo y provocar la risa de
los feligreses, y de paso fomentar la asistencia a las celebraciones
litúrgicas. En aquellas escenificaciones que se realizaban dentro del recinto
sagrado se animaba a los asistentes a bailar, comer, cantar, a reírse con
situaciones procaces de marcado acento sexual, e incluso a disfrutar con la
ridiculización de personajes notables de la villa. El Concilio de Toledo de 1473
se lamentaba de esos espectáculos teatrales, máscaras, monstruos, poesías
lascivas y sermones cómicos, que alteraban el ambiente mientras se celebraban
los sagrados oficios. Aunque allá por 1984 el teólogo Joseph Ratzinger se refería en uno de sus
libros al risus paschalis y afirmaba “pero
¿acaso no es espléndido y perfectamente lógico que la risa se haya convertido
en símbolo litúrgico?”
Aunque la más conocida
experta mundial de este fenómeno, la teóloga italiana Jacobelli, argumentó que “cada
categoría o especie de risa es propia de los pueblos que se encuentran en una
fase determinada de su desarrollo económico y social”, nunca nos aclaró si la risa
era un placebo propio de un
subdesarrollo histórico o el gozoso arte
de vivir en una época benigna. A la vista de tan escasos motivos para reírse
en los tiempos que corren, ante tanta penuria
y supresión de un bienestar histórica y trabajosamente alcanzado, se puede
afirmar sin temor al error que nuestro malhumor
debe ser efecto de la era subdesarrollada en la que vivimos.
Ahora toca contemplar
aquello de Caritas Nunquam Excidit,
la caridad nunca muere, que decía un joven presbítero en la novela de Luis
Saldaña Silencio en el convento. Esa
beneficencia redescubierta en este siglo que acaba de nacer y que nos invita a
situaciones cotidianas más propias del NODO
que de una sociedad posmoderna. Dado que las protestas de poco sirven, tal vez la terapia que nos reanime tenga que venir de la risa, la burla, el
recreo intelectual con la obscenidad de la situación, o la reivindicación de la
máscara y la representación ante tanto desaguisado institucional e intelectual.
Como en otros tiempos, la fuga de los feligreses ha de evitarse con dosis
intensivas de imaginación, ironía, duda, parodia, relativización, ingesta suficiente
y desconfianza mental, porque tanto exceso
de pensamiento único sólo puede llevarnos a una intolerancia que nos tumbe
camino de las urgencias fatalmente de moda, esas privadas, copagadas o
subcontratadas. Ahora mismo me voy a ver los informativos de la tele o los
periódicos, a ver si me da la risa.
Autor: Algón Editores
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