jueves, 27 de junio de 2013

DOS OJOS SOLITARIOS

Dos ojos femeninos solitarios y enigmáticos desahuciados de rostro alguno, inexpresivos y sólo matizados por dos labios aéreos de un rojo violento, suspendidos sobre una noche azul que coronaba el skyline de una ciudad luminosa, ardiente, festiva, como un genial zaguán estético para uno de los mayores éxitos literarios de todos los tiempos. Aquella portada de la primera edición del Gran Gatsby, del año 1925, sedujo, atrajo, incomodó e incluso hipnotizó a miles de compradores que adquirieron aquel libro mágico, bello, tan mítico como anticipatorio. Un estudioso de Fitzgerald escribió que aquella ilustración se hizo antes de estar el libro terminado, porque el escritor y el pintor trabajaron juntos para crear una de las imágenes más brillantes de la literatura americana del siglo XX. Una tesis polémica, al recordar aquellos famosos pasajes referidos al enigmático anuncio publicitario del oculista T.J. Eckleburg, en el que unos ojos escrutadores, fríos, inanimados, encerrados en unas lentes amarillas flotantes y también sin rostro, parecían vigilar las intensas idas y venidas de los protagonistas de la novela, contraponiendo la severidad de su mirada con la frivolidad y exceso de aquellos locos años 20.

El ilustrador de aquella famosa portada fue un español, algo que muy pocas personas saben o recuerdan. Un creador que fue mucho menos famoso que su hermano, que consumió su vida rodeado de estrellas mientras amenizaba con su orquesta las noches de Hollywood y Las Vegas. Lo cierto es que se ha escrito muy poco sobre Francis Cugat. Un personaje olvidado y sobre todo sepultado por la fama de su hermano Xavier. Un artista al que la vida le llevó desde su España natal a Paris, Cuba, América del Sur y Estados Unidos, donde colaboró en 68 películas de Hollywood y trabajó para Douglas Fairbanks como diseñador.

Una historia de una portada tan bella como inspiradora. Porque para un editor que goce con el arte de editar no hay esfuerzo más mágico, y también difícil, que pensar, buscar, dudar y decidir sobre una cubierta para un libro. Algón tiene el privilegio de contar con un gran artista con una vida no menos apasionante, que también le ha llevado a los dos lados del charco, y con una obra que ha recorrido los tres grandes continentes. Todos nuestros libros han sido un ejercicio de reflexión y creación, que ha perseguido integrar obras de arte en un mensaje que sintetice o inspire el contenido del libro que se edita. Miguel Carini ha sido y es muy generoso al permitirnos integrar su obra entre palabras, nombres, logos y diseños, mostrando así su pasión por los libros. Fitzgerald y Cugat pensaron en unos ojos sin rostro para explicar el exceso de una época, mientras Carini ha entregado sus mariposas y flores cuando las ha pintado sobre ese bello rostro de Jaruko fotografiado hace más de 80 años, o esa genial y oportuna rayuela, en el libro de Raúl Baltar sobre El arte de ser humano, que abre una puerta simbólica a ese juego que retrata la propia vida, o como esas poderosas imágenes que de un vistazo nos han transportado a la extraña lógica del poder, a las alambradas de las prisiones, a los rostros humillados, a la sangre de la guerra o aquel sabio apesadumbrado por los errores del ser humano.

Por desgracia, hoy abundan los libros mal editados, las reediciones de clásicos, los libros mal escritos, las ausencias tanto de autores noveles como de los riesgos editoriales que anhelan el reconocimiento de las minorías. Es la tragedia silenciosa de un mundo mágico que se desmorona por la esterilidad de un pueblo que no llora por su cultura en tiempos de crisis. Un mundo cuyos límites son siempre dos ojos solitarios, esos que releen mil veces las palabras cuando se crea, que se gastan a cada trazo de un pincel, que escrutan con pasión las propuestas para editar, que leen atentos para corregir, que vigilan para imprimir, que invitan para vender o que leen para vivir. Porque amar un libro, ser parte de su historia, de su vida, en todo el recorrido que va desde que se imagina hasta que se lee, es admitir la escasa importancia del éxito individual si no se alcanza el logro colectivo, porque la realidad no es otra que aquella de los versos de José Agustín Goytisolo, cuando escribió que Nunca la paz o el sueño/que tenga usted/serán como el gran sueño que tuvo él.

Autor: Algón Editores



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