CRISTAL Y PAPEL
Vivimos
rodeados de cristal. Las computadoras,
tabletas, televisiones, teléfonos, videoconsolas, libros electrónicos, rodean
nuestra existencia. El genial Cervantes,
en un anticipo involuntario, señaló en El
licenciado Vidriera la condición
humana posmoderna. Ese cuerpo de vidrio, transparente, frío, alérgico al
conflicto, vulnerable, de agudas aristas y dominado por miedos. Es inevitable no concebirnos sin el cristal, pero, como con cualquier materia, como el papel, no
es más que un soporte imprescindible para los sueños, ideas, ilusiones e
incluso desengaños.
Algunos
fabrican combates artificiales y
dañinos. Pero la cultura no puede
reducirse a una simplona competición
de soportes. ¿Dónde puede residir el fondo del problema? Hoy nos enfrentamos a
la impaciencia de consumidores fugaces
y poco propensos a la reflexión sosegada, al escaso tiempo del individuo
contemporáneo, incluso a esa vulgarización de la cultura, que no
democratización, que ofrece libros a bajo precio entre la salsa de tomate y la mortadela.
Seguramente el futuro no se encuentre entre los saldos, catálogos sin criterio,
la extraña asimetría entre ilustraciones y textos, el predominio de la cantidad
sobre la calidad, gramajes ridículos, papeles rugosos con transparencias
impresentables, tintas sin fuerza, portadas aburridas y
erratas imperdonables.
Tal
vez nos ayuden las olvidadas fuentes tipográficas que se nos ofrecen en
cualquier programa informático. Ese poder reconocer los sutiles matices que se
esconden entre astas, serifas, anillos, alturas e inclinaciones. Comprender la lógica
que subyace en el salto intelectual de los imperiales tipos ITÁLICOS o ROMANOS, con sus severas mayúsculas, a la
oscuridad y espesura de las monásticas letras góticas.
De la superación de la noche medieval expresada en el tipo veneciano o el longevo reinado
del tipógrafo Garamond. De la monarquía decadente de la
romain du Roi. El auge burgués con
las bodoni,
el incipiente poder yanqui con sus roman
y new gothic, la innovadora bauhaus
con su universal, las eficaces helvéticas, la
mecanográfica Courier, y, ahora, la ruda simpleza cibernética de las verdanas,
tahomas, arial, times new roman, y otras.
Entender
esa evolución es entender el libro.
Comprender su historia, su presente
y su futuro. Amar el libro. Imaginen
por unos segundos que dejamos de quejarnos
por tanta agresión tecnológica y caída en ventas, que nos negamos a culpar a los lectores que abandonan o nunca lo fueron. Que demostramos nuestra
intolerancia al torrente de palabras
mal editadas, sean en el soporte que sean. Imaginen por unos instantes que somos
capaces de unirnos para defender el
libro. Sueñen por un instante que
todavía es posible, serán mucho más felices.
Autor: Algón Editores
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