jueves, 5 de diciembre de 2013

COMO UN AULLIDO INTERMINABLE

Hay palabras que te acompañan toda una vida. Una extraña suma ordenada de letras que se arrastra durante años como una sombra empeñada en regalarte un consuelo, un recuerdo, una emoción o un sentimiento. Su rastro se agazapa en libros, en canciones, a veces en imágenes, en ocasiones en una mirada convertida en diálogo, a menudo en una afirmación oral que te esculpe el cerebro con la ductilidad de una arcilla, conspirando todos en silencio, al margen de su forma, para que tu identidad adquiera conciencia. Aunque el tiempo, las modas, se conjuran para el olvido, hay palabras que sobreviven. Las mismas que convierten tu cuerpo en una masa trémula y vulnerable, tu cerebro en un vértigo de emociones, tu corazón en una trampa del destino. Esas que se acoplan a un momento concreto de la existencia, liberadas de la intención del autor e incluso de la voluntad del receptor. Como todavía hoy la piel se eriza cuando los ojos recorren la tinta de aquellas palabras para Julia que escribió José Agustín Goytisolo, hace ya muchos años, en la que se desparrama que “tu destino está en los demás/tu futuro es tu propia vida/tu dignidad es la de todos”.

Unos versos que hoy cobran un especial sentido al conocer la noticia de la muerte del gran Nelson Mandela. Ese hombre atrapado para siempre en su dimensión simbólica, convertido en una memoria que ayudará eternamente a recordar a las personas perseguidas por su raza, su ideología, su género o su orientación sexual; a pensar en todas las injustamente acosadas, falsamente acusadas, indignamente castigadas por su manera de pensar, de sentir, de existir; a reivindicar a las personas prisioneras de sistemas que llenan la boca de sus voceros y mendaces monosabios de altisonantes manifestaciones de justicia y orden, pero que en realidad son el trampantojo perfecto de la injusticia.

María José Sánchez, en su novela El amor y sus tumbas, escribió que deberíamos saber que entre los vivos, con los vivos, había cosas que podían arreglarse, siempre y cuando uno no dejara escapar esas instancias que así como llegan solas se van, si no sabemos aprovecharlas o si ni siquiera logramos reparar en ellas. Una oportunidad para evitar el riesgo de convertir el recuerdo de Mandela en una empalagosa fiesta mediática, en una efímera ebullición colectiva, incluso en algo peor, en una mera anécdota histórica. Óscar Hahn, en un poema escribió “deja que sus sueños pasen uno a uno frente a tus ojos/ y sabrás con absoluta certeza/a orillas de qué rio duermen”. Por eso no puede existir homenaje más bello que imaginar los sueños de Mandela. Apropiarnos de sus ensueños y someterlos al escrutinio amable de nuestros ojos, para reconocer la orilla donde dejamos todos los días de nuestra gris existencia que dormiten los nuestros.

El poeta escribió palabras para Julia que nos acompañarán siempre, y entre ellas dijo que “tú no puedes volver atrás/porque la vida ya te empuja/como un aullido interminable”. Mandela hoy ha muerto, pero en verdad no puede morir, porque representa la vida, el destino que todos compartimos, el futuro que es nuestra propia existencia y la dignidad de cada individuo que es al mismo tiempo la de todos. Porque Mandela ya es, para siempre, ese grito infinito por la justicia que empuja la vida y nos impide volver atrás.  

Autor: Algón Editores

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