El
padre de aquella iniciativa nunca pudo imaginarse los
enormes quebraderos de cabeza que iba a ocasionarle la idea de levantar un museo sobre la historia de la humanidad, inspirado en las ideas creacionistas. Gracias a su ilusionado
impulso, aquella ciudad mediana de la Norteamérica profunda iba a contar con un
museo que demostrara a los niños la falsedad de la teoría de la evolución. El problema surgió con un dilema inesperado que jamás se había planteado
ninguno de los sesudos teólogos de toda la historia. Uno de los operarios encargados de fabricar las
piezas expositivas preguntó si fabricaba
unos cuantos dinosaurios para
acompañar a las figuras de Adán y Eva.
Un simple serrucho, un lápiz en la oreja y un
botijo, para acabar entendiendo que no
es igual una historia de cartón piedra que una teoría científica.
Esto
de la paternidad parece un asunto
difícil. En el libro “La Guerra”,
del famoso periodista de investigación Bob
Woodward, podemos leer que Bush
junior evitó a su padre cuando decidió invadir Iraq. En una entrevista que éste le hizo, Bush le respondió con
gesto severo que “él no es el padre al que hay que acudir en cuestiones de
fuerza. Hay un padre más alto que él”. Sin duda siempre es mejor contar con tan privilegiado hilo de comunicación, que con los sermones de un padre experimentado.
Gracias
a un artículo publicado en El País, hemos sabido del chocante contraste entre Mitt
Romney y su progenitor. Mientras éste fue un ardiente defensor de las libertades civiles, un firme enemigo del racismo, un republicano que se negó a apoyar al
ultraconservador Goldwater, crítico con
la clase política y el funcionamiento taimado de los partidos, su hijo, el actual candidato a la presidencia de su país, ha sido acusado de cambiar de opinión sobre cualquier asunto a golpe
de encuestas, de ser un rico sin escrúpulos morales,que, para colmo de amnesia genética, ha elegido a un
candidato a la vicepresidencia muy conocido por sus teorías ultraliberales y adorado por las bases del teaparty.
Es
el problema de tanto cartón piedra en la interpretación de
la historia, en el recurso a la fe para dar rienda suelta a las ideas más peregrinas, en las campañas
electorales más obsesionadas en la propia contienda que en ofrecer
soluciones, en una clase política dominada por burócratas encantados de conocerse, y en guerras en las que nos embarcan niños malcriados eternamente atrapados en el juego de los marcianitos.
Es el problema de no aprender de nuestros mayores y sus sabios consejos. Cuantas
fatigas hubiéramos evitado
recordando las que sufrieron nuestros
padres. Cuánto de esta maldita
crisis nos hubiéramos ahorrado con un poquito de atención en los mismos errores del pasado.