Igual
que vivir hoy en una sociedad líquida
no significa, en principio, que ésta nos vaya a liquidar, algo parecido ocurre
con los mercados de colaterales y
los daños del mismo nombre, con los mercados de derivados que no significan
aparentemente mercados a la deriva, o con los mercados de futuros que no se
refieren a los arcanos escrutinios de los horóscopos o el juego de la güija. El
genial Nabokov escribió que el
futuro no es más que una figura retórica, un espectro del pensamiento. Como en
la economía, donde se distorsiona la realidad con los fantasmas del mañana y la especulación del lenguaje. Ya saben, esas
distracciones que hablan de
crecimientos negativos, reducir para crecer, contraer para expandir, recortar
para mejorar, eliminar para gastar, pagar para dejar de recibir, ayudar al
acreedor a costa del deudor, rescatar a la habitual unidad de rescate o cambio
de paradigma por ciclos irregulares.
Sólo
nos queda refugiarnos en los libros
para entender tal galimatías. Puede que la verdad se esconda en unos versos
escritos cuando España era imperio y
era experta en asuntos de poder, dinero e influencia, eso que ahora se llama
globalización. Descubran cuánto de sociedad líquida en crisis, cuánto de contrabando de falsos bebedores de té, reside en
la vieja pieza gongorina del “ándeme yo caliente y ríase la gente. Traten
otros del gobierno, del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días
mantequilla y pan tierno”. O pensando en los gélidos vientos que ahora nos
vienen del norte, aquello de Quevedo de “pues
al natural destierra, y hace propio al forastero, poderoso caballero es don
Dinero”.
A este
respecto, es útil recordar que el tiburón
es uno de los seres vivos más singulares del planeta. Duerme con los ojos
abiertos, con una parte del cerebro que reposa mientras la otra vigila. Sobrevive
desde hace más de 450 millones de años,
en los que ha desarrollado notables habilidades en ataque, velocidad, silencio
y fortaleza de sus mandíbulas. Ya estaban ahí cuando los dinosaurios imponían su ley, aunque les sobrevivieron por su
capacidad de adaptarse, moverse, nadar contracorriente en un estado permanente
de transitoriedad, individualistas, sin
dependencia de normas ajenas, sin vínculos sociales, sin responsabilidades ni
afectos, en un tiempo presente sin
futuro. Ahora gustan de ostentosos tatuajes y vehementes adminículos dorados,
o de exclusivos trajes, que difícilmente ocultan su correosa piel. Según su
condición escogen a sus piezas.
Adquisiciones, privatizaciones, adjudicaciones, comisiones, diversiones fiscales,
reestructuraciones, contrabando ideológico o expropiaciones, son algunos de sus
éxitos más sonados.
Hablamos
de una economía poseída por espectros y
jerigonzas. El concurso ideal en una economía diseñada para bípedos
expropiados de su propia voluntad de destino, donde los tiburones dominan y gozan
del estado acuoso de la realidad. ¿La mejor solución? Una bastante antigua y
extraordinariamente vigente, la de Macías
Picavea en su obra Los males de
España, “¿no es de las grandes crisis
el vencer las grandes dificultades?
¿No saben? Pues, ¡a aprender! La
necesidad aprieta y aguza el entendimiento. Todo es cuestión de buena voluntad en una y otra parte. Si la
inmensa mayoría no sabe, habrá una inmensa mayoría
que sepa”. Pues eso.
Autor: Algón Editores
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